Crítica publicada en Esencia Cine
En 1996 se abolió en Etiopía el matrimonio por rapto, aún vigente en el país africano. El motivo por el que tuvo lugar este avance social fue el proceso judicial que narra Zeresenay Mehari en Difret. El director muestra el caso de Hirut, una joven de 14 años que tras ser secuestrada y violada por un hombre (ayudado por otros seis) que quiere casarse con ella, escapa y mata a su agresor. Con ese comienzo, el film etíope narra el proceso judicial y social que atraviesa la adolescente, siempre de la mano de la abogada Meaza Ashenafi, una mujer independiente que pertenece a un colectivo de letradas que luchan por las víctimas de estos casos en la región.
La temática de la obra la convierte en un producto tan estimable e interesante como espinoso y delicado. Incluso se puede hablar de una película necesaria dada la problemática expuesta, aunque esta se circunscriba a un periodo alejado ya de nuestro tiempo por una veintena de años. Las referencias a la sociedad patriarcal son continuas y se dejan ver tanto en la burocracia propiamente judicial (con la abogada sufriendo el menosprecio latente de la policía en varios momentos) así como en la panorámica social que desliza el director.
Ese aspecto social es uno de los puntos álgidos de interés a lo largo del filme. Continuamente se expone el choque la falla existente entre la ciudad (Addis Abeba, capital del país) y el ámbito rural. El choque entre la sociedad urbana y la sociedad tribal, vigente en las zonas del campo, es evidente y supone el mayor escollo para el cambio de mentalidad respecto al tema central de la obra. No en vano, el cineasta decide mostrar de forma aún más evidente ese enfrentamiento con las continuas alusiones en tono de menosprecio que hacen los ancianos del campo respecto de los jóvenes de la ciudad.
Sin embargo, y pese a que el tema de la película es interesante, la puesta en escena tira el trabajo por tierra en momentos puntuales que merman la calidad del conjunto. De forma bastante evidente, el director alterna el recurso técnico de la cámara vibrante, para los momentos de mayor tensión, con una forma de rodar más pausada y cercana al plano fijo cuando la protagonista goza de momentos de tranquilidad. Por otra parte, los continuos movimientos de cámara, reencuadres y búsquedas del alarde técnico-visual innecesario, revelan continuamente el dispositivo fílmico y empujan al espectador fuera de una historia que resulta lo bastante interesante como para que eso no ocurra.
Mehari descarga todo el peso de la narración sobre los hombros de una protagonista muy solvente (gran trabajo de Meron Getnet en su traslación del personaje). Su abogada representa, más allá de la historia judicial que vertebra el film, la importancia de la figura de la mujer frente a la sociedad patriarcal etíope de los años en los que se circunscribe la historia. Difret es, por lo tanto, una película necesaria de temática interesante y rescatable (en la que se ve la mano de Angelina Jolie en la producción), que, sin embargo, no consigue la relevancia visual y el equilibrio entre forma y fondo que la habría aupado un escalón más.
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