Crítica publicada en Esencia Cine
A esmorga es una de esas historias que huelen a lluvia. En el sentido literal, pero también en el metafórico. La jornada en la que se desarrolla, en 24 horas, alberga todo un estudio sobre las consecuencias de los actos y sobre cómo la crudeza determina las vidas de tres personas. En todo ese tiempo, la lluvia incesante no deja de acompañar a los tres protagonistas de la película, adaptación de la Gran Novela Gallega escrita por Eduardo Blanco Amor.
Karra Elejalde, Miguel de Lira y Antonio Durán ‘Morris’ interpretan a tres amigos que parecen buscar un camino de no retorno a través de una escandalosa borrachera. Las interpretaciones, sobre todo la de Elejalde, elevan el film una categoría más y se sitúan claramente por encima de todo el aparataje técnico-narrativo desplegado por el director Ignacio Vilar. Lejos de las interpretaciones, el guión de Carlos Asorey y el propio cineasta discurre lento y errático, casi como si fuese un acompañante más de la juerga. Los personajes van y vienen, se tambalean por la ciudad, de bar en bar, mientras que el guión hace lo propio, de giro en giro, errante, sin apuntar nunca un desenlace que, en cambio, no deja nunca de anunciar.
Es destacable el trabajo fotográfico realizado por Diego Romero, que dota a la atmósfera del film de un aura viciado y tremendamente oscuro más allá de las nubes que asolan constantemente la historia. En la otra orilla, la música, que interrumpe constantemente la acción gracias a un colchón de piano que, pese a lo agradable y pertinente que resulta en determinadas situaciones, puede llegar a sacar al espectador de la historia e incluso a molestar cuando se convierte en un hilo musical. Además, una película que, como A esmorga, huele a lluvia debería de dejar que retumben las gotas al caer.
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