06 junio 2014

'Pancho, el perro millonario', o cómo estirar un chicle que ya está duro

Crítica publicada en Esencia Cine

Pancho, el perro millonario llega una década tarde. Sí, una década. Porque el perro empezó a ser imagen de Loterías y Apuestas del Estado hace, nada más y nada menos, que la friolera de diez años ya. Y por eso, además de por muchísimas otras evidencias sonrojantes, la película ni sorprende ni hace gracia.

Amparado en aquel anuncio en el que el perro, al que habían enseñado a sellar un boleto de la lotería, se largaba con el dinero del premio, llega un guión que sitúa al animal en una mansión. En los primeros minutos de película asistimos a una presentación de los personajes principales, véanse el perro y su asistente personal, Iván Massagué, éste último presentado con un absurdo y gratuito baile con el que intenta entrenar las defensas de la mansión del perro.

A partir de aquí, un conjunto de tonterías. Ni siquiera tomando la película como una gran broma, ni siquiera haciendo el esfuerzo de verla con los ojos de un niño, lograría conectar con semejante disparate. Es imposible. Las aventuras del perro, que se ve obligado a perder su identidad para sobrevivir al acecho de un magnate que quiere hacer sucios negocios con él, desfilan por la pantalla acompañados de un elenco de actores fundamentalmente televisivos que ni fu ni fa.


Ni Iván Massagué, en un papel radicalmente distinto al que le hizo famoso en El Barco, ni Armando del Río, ciertamente encasillado en papeles de villano sin escrúpulos, ni Patricia Conde, siempre atractiva, pero cuyo papel de rubia tonta ya empieza a cansar. Ninguno de ellos consigue levantar la película en ningún momento, resultando una comedia fallida, entre el chiste fácil y el mensaje de amistad y responsabilidad financiera. Por no hablar de los papeles del televisivo César Sarachu y, sobre todo, de Alex O’Dogherty y Secun de la Rosa, dos tipos con gracia, que pese a ser los encargados de dar una salida cómica a las situaciones que se suceden en la película, no consiguen arrancar apenas una sonrisa durante todo el metraje.

Las habilidades de Pancho –friega, pone lavadoras, cocina, juega a la videoconsola– podían tener cierta gracia al principio, cuando el perro ganó la lotería, pero lo cierto es que, una década después, empiezan a ser pesadas. Ya nos hemos acostumbrado a ver al perro conducir un coche, pelar una patata o comer palomitas mientras hace malabares; ya no tiene la fuerza del impacto que tenía la novedad. Por favor, si van a seguir con su historia, añádanle algo novedoso; el efecto sorpresa.

La película, claramente diseñada para la taquilla, falla estrepitosamente en la creación de situaciones cómicas. Todo resulta precipitado, gratuito y sin prácticamente ningún fundamento. Lo peor de todo es que el final puede conducir a una secuela que inicie una saga de Pancho. Quizás todo dependa de los resultados en taquilla de esta cinta. Ya veremos.

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