20 junio 2014

'El cielo es real', sermón de sentido único

Crítica publicada en NoSóloGeeks


Si algo hay que elogiarle a El cielo es real es saber perfectamente a qué tipo de público se dirige y ofrecerle, ni más ni menos, que lo que va a tener éxito en ese nicho. En este sentido, si algo hay que reprocharle, por encima de todo, es su escasa cintura a la hora de permitir cuestionamientos y diferentes visiones. No lo admite, no está diseñada para eso y no deja ni un respiro a la duda. Se puede hablar, en ese aspecto, de una película con tendencia al pensamiento ultra.

La película comienza con el retrato de una familia estadounidense y arquetípicamente religiosa formada por Greg Kinnear y Kelly Reilly. Él, pastor en la iglesia del pueblo, combina varias labores comunitarias, siempre con el propósito de tener algo que ofrecer a los demás. Ella, su fiel esposa, extremadamente religiosa, aunque con un componente muy sexual (que quizás aquí no cuaje tan bien como en Norteamérica), se dedica al cuidado, apoyo y sostenimiento de la familia. Sus dos hijos, niño y niña, son una especie de extensión, casi una metáfora de la perpetuidad de la religión.

Cuando la vida golpea a Colton, el pequeño, y por extensión a toda la familia, con una severa apendicitis que a punto está de matarlo, todo cambia. En este momento surge la espita del único (y ligerísimo) atisbo de cuestionamiento de fe que se ve en toda la obra. Y la sucesión de imágenes con la que está contada son meritorias: el niño, que sostiene un juguete de Spiderman antes de entrar en el quirófano, lo suelta y cae al suelo. El padre, momentos después, se dirige a su Dios en la iglesia a voz en grito clamando justicia. Es el momento en el que los héroes (los mitos, o cómo cada uno lo quiera llamar) se derrumban.


A partir de ese momento comienza lo realmente importante de la película. Cuando despierta del postoperatorio, el niño asegura haber estado en el cielo y haber conocido a Jesucristo (guest starring del film, con personificación en carne, hueso y ojos azules incluida). Al principio todo se achaca a la imaginación, pero pronto empieza a desvelar datos que no debería conocer. El melodrama (con acentuación en el uso de la línea musical, casi constante e incómoda) se adueña de la película por completo desde entonces. Las imágenes del cielo, la iglesia como la puerta dimensional, la salvación como meta, o la contraposición entre lo terrenal y lo celestial, se suceden. “Aquí nadie quiere hacerme daño”, le dice el niño a Jesús en su primer encuentro.

Sucede entonces lo inevitable: la reacción de una sociedad que cabalga entre el amor a la familia y la incredulidad. “Hay gente que tiene miedo a creer”, le dice el padre a Colton. Pero como se trasluce de su visita a la consulta de una psicóloga, ni siquiera él tiene clara su fe. La confesión del niño (curiosamente enmarcada en un subibaja) desata una serie de pequeñas consecuencias en la familia. El diálogo entre la opción bíblica (poner la otra mejilla) y una un poco más combativa se personalizan en la respuesta agresiva de la niña cuando sufre las burlas de sus compañeros, y sobre todo en la reacción de sus progenitores, tomando cada uno un camino. El diálogo establecido se evidencia (no sólo en este momento, sino durante toda la película) en el cromatismo del vestuario. Cuando uno se cuestiona algo, negro, cuando está cerca del cielo, azul (la propia iglesia lo es), por ofrecer sólo un par de ejemplos muy evidentes.

Sin embargo, como os decía anteriormente, Chris Parker (guionista) y Randal Wallace (director) no dejan abierta ninguna ventana al debate, pese a deslizar esos escasos atisbos de diálogo, zanjan toda duda con otro de los sermones del pastor, en posesión de la única verdad que tiene cabida en ese credo. Wallace se recrea con imágenes crueles, innecesarias y de carácter melodramático (la inclusión de un niño enfermo para justificar la serenidad de Colton o los flashbacks de un funeral) y las alterna con otras de dudoso gusto (¿era necesario ver el hueso del padre cuando se rompe una pierna?). Por si fuera poco, la visión del cielo, de los ángeles y de Jesús es de una cursilería que haría parecer áspero al mismísimo Ned Flanders. El aviso que aparece al final, en los créditos de la película, queda enmarcado entre la comedia involuntaria y la justificación: “Colton es ahora un adolescente normal”. Por si nos quedaba la ligera sospecha, supongo.

El cielo es real es una película muy geolocalizada en una sociedad completamente distinta a la nuestra que quizás sea reconocible en la cinta. Un film para ver convencido del mensaje religioso que nos van a ofrecer y sin ninguna gana de cuestionarlo. Si lo hacemos, la película nos dejará solos en el “infierno” de lo terrenal. Pero, en cierto modo, hacerlo es nuestro trabajo. Creo.

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