Crítica publicada en NoSóloGeeks
No hay mayor soledad que la de dos solitarios que se reúnen. Cuando Hayley regresa a la casa en la que se crió se reencuentra con su abuela y conoce a Stefan, un vecino que reside en la casa en la que ella vivía de pequeña. Su vida no ha ido por los derroteros que hubiese querido para sí, y ahora, cansada de aguantar a su pareja, que es también su jefe, decide romper con todo y quedarse allí. Las dos soledades, la de los dos protagonistas, Hayley y Stefan, se juntan.
Él, por su parte, es un tipo no demasiado gracioso. Un hombre amable, bueno, cuidadoso, que trata de que la rutina de Toogey, la abuela de Hayley, sea lo mejor posible. Toogey padece un principio de Alzheimer, por lo que necesita ciertas atenciones en determinados momentos. Eso es lo que le proporciona Stefan.
Cuando, una noche, él las escuche hablar y oiga decir a Hayley que sólo quiere alguien que la haga reír, tratará por todos los medios de convertirse en ese hombre. Para ello leerá libros, pedirá consejo a amigos y amigas, e incluso visitará a un cómico famoso en busca de la solución perfecta para ser un tipo gracioso.
Lauralee Farrer establece una conexión entre los dos personajes a través de la convivencia improvisada que se establece en la residencia. La correspondencia de los objetos con el pasado, representado en los recuerdos de Hayley sobre su infancia (sobre todo en una muñeca que sostiene con fuerza varias veces), le añaden a la película el componente emocional que ayuda a situar la melancolía que siente su personaje, en mitad de una crisis vital. Por su parte, los intentos de Stefan para ser gracioso terminan por ser un reconocimiento de su patetismo y la confirmación de su adscripción a la soledad.
Con un notable uso de la música, la película se adentra poco a poco en la relación creada en torno a Stefan y Hayley, llena de idas y venidas, de inseguridades y de ternura. Cierto es que lo tristón del personaje masculino puede llegar a enervar en ciertos momentos, pero finalmente se comprende su situación, en una relevante conversación que mantiene con su mejor, y único, amigo.
Pese a un principio en el que el film parece permanecer dubitativo, la cinta consigue levantarse, apoyándose fundamentalmente en la sólida relación que se establece entre los tres personajes. No obstante, la cineasta decide no profundizar en determinados focos, que quedan y podrían haber resultado provechosos y muy interesantes. Son los casos de la relación entre el jefe-novio y Hayley o, mucho más interesante, el principio de Alzheimer que padece Toogey. Sin embargo, Farrer opta por quedarse al margen y centrarse sólo y exclusivamente en el atisbo de romance entre la pareja protagonista.
Not that funny ofrece un discurso sobre la aceptación personal. Cada uno ha de quererse como lo que es y no como lo que los demás desean que sea. Es la única manera de ser auténtico. De esta manera, con ese mensaje tan claro y personal, la directora consigue dotar a su película de una personalidad propia y sosegada, cristalizada en unos personajes bien trazados. La obra de Farrer hace honores a su nombre y deja a un lado la diversión para adentrarse sin melodramatismo en la psicología de unos personajes constantemente al borde de la ruptura emocional.
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