20 junio 2014

'El cielo es real', misa en sesión de tarde

Crítica publicada en Esencia Cine


La belleza poética que envuelve los primeros planos de El cielo es real se empieza a tornar en horror cuando el director decide romperla con lo explícito de una pierna rota. A partir de ahí, la debacle se cumplió paso a paso. Randall Wallace filma un guión de Chris Parker que nace de las memorias en las que Todd Burpo, un pastor cristiano, narra la ascensión y descenso terrenal de su hijo Colton.

Mientras es operado a vida o muerte, el niño asegura que ha visitado el cielo e incluso se ha sentado en el regazo de Jesús. Cada cual puede pensar lo que quiera de la hazaña, evidentemente, no estamos aquí para juzgar eso, sino la manera en la que Wallace y Parker nos cuentan la historia. Y esta resulta fallida, excesivamente.

Los tópicos se adueñan de la película desde el momento en el que hasta el cromatismo del vestuario nos trata de dar pistas sobre el supuesto bien o mal. En las crisis de fe, que aunque escasas y brevísimas, se atisban en determinados momentos, la ropa de los personajes cambia de color. El que se mantiene pegado a Dios viste un impoluto azul, similar al de la pared de la iglesia, el color de la paz, del cielo; mientras que el que empieza a dudar o simplemente se siente un poco más lejos de lo divino, viste el negro. Así de evidente resulta El cielo es real.


La luz desbordante del cielo, la aparición estelar de Jesucristo (que se convierte en estrella invitada del show) o la música constante, ayudan a crear un melodrama ultrarreligioso en el que el sermón termina por ser de sentido único y sin posibilidad de réplica. La iglesia es la puerta del cielo, nos intenta decir la película; de hecho, lo muestra de forma explícita cuando el niño, en su viaje astral, acude allí para entrar en el paraíso terrenal guiado por unos ángeles.

Cierto es que la película sugiere dos cuestionamientos, pero también es cierto que son tan ligeros y se resuelven tan precipitadamente que parecen no querer dar opción a que nadie malinterprete su mensaje. El primero y más evidente proviene del momento de violencia de la pequeña hermana de Colton, que, tras sufrir la burla hacia su hermano de los compañeros de colegio, golpea a los chicos con violencia. Cuando su madre trata de inculcar el mensaje de “poner la otra mejilla” al volver a casa, el padre le dice que no, que ha hecho bien defendiéndose. El segundo, ni siquiera llega a darse, es simplemente una imagen, una especie de metáfora o sugerencia visual: el niño, mirando un poste de la luz, cree volver a ver a los ángeles que vio en el cielo. ¿Es todo producto de la imaginación de Colton? En seguida la película desanda ese camino.

Lo más impugnable de la película, en cambio, no es su mensaje religioso. Sí lo es la inclusión de un niño visiblemente enfermo al que el cineasta incluye para justificar la paz interior de Colton cuando le visita y habla con él. Puro melodrama cruel y facilón. Pero, sin duda, el momento más curioso de la película viene dado en el epílogo final, en el que Wallace trata de dejar claro un mensaje sobreimpresionado: “Colton es ahora un joven normal”. En este momento, la película termina de caer, por fin, por el precipicio que había rondado durante todo el metraje: la comedia involuntaria. No cabe duda que El cielo es real es una película que disfrutarán los círculos más adscritos al mensaje que lanza; si no, veo complicado que a alguien le pueda llegar a enganchar en ningún momento.

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