Crónica publicada en Esencia Cine
16º Festival de Cine Alemán
La segunda jornada del 16º Festival de Cine Alemán de Madrid ha estado marcada por los espacios y por las referencias literarias. Los primeros han cobrado una importancia primordial en las películas que hemos podido ver. Las segundas han sobrevolado el patio de butacas, revolcándose juguetonas en cada esquina de la pantalla. En Tiempo de caníbales, Beckett se erige como gran influencia; en El extraño gatito lo hace Eugene Ionesco. Tarde, por tanto, dedicada al absurdo (en el mejor de los sentidos); tarde de cine notable con la que se alcanza de lleno el corazón del festival.
Tiempo de caníbales conjuga el lenguaje cinematográfico con los códigos del teatro del absurdo. Encerrados en un hotel en Pakistán, dos consultores tratan de cerrar un acuerdo con un importante cliente. Todo parece estar en su bolsillo, pero pronto se darán cuenta de que tan sólo son un par de hormigas más de un sistema empeñado en devorarse a sí mismo. Son caníbales, sí, pero dentro de un sistema evidentemente antropófago.
Quizás de ahí provenga esa denominación del tiempo de los caníbales, perfectamente representado en la cinta por la imagen de la globalización, la expansión de los mercados, el recrecido miedo al extranjero (y a la mujer). Todo esto solamente es cuestionado de tangencialmente por la nueva compañera que llega a cubrir la vacante dejada por otro consultor. Katharina Schüttler, que ya cuajó un gran papel en la serie germana Hijos del Tercer Reich, completa un gran trabajo, primero como contrafuerte, después como adherida a la causa.
Con una puesta de escena teatral, en la que el escenario es una de las partes más importantes, y un guión que exuda por todos sus poros la dramaturgia de Samuel Beckett, Tiempo de caníbales adopta los códigos del teatro del absurdo para crear una parábola del capitalismo que devora todo lo que encuentra en su camino. Johannes Naber recarga su película de símbolos y metáforas (mención especial merece la representación del exterior de Pakistán y Lagos como una efigie del monumento al holocausto de Berlín eternamente en conflicto) para crear una película cuyo significado es perfectamente inteligible.
El humor irreverente y las situaciones absurdas vertebran una película que, en cambio, sabe cuando girar hacia el thriller de guerra y jugar con la tensión propia del género. Los juegos de cámara de Naber se armonizan al estado que atraviesa la película en cada momento, pasando de la imagen fija a los planos secuencias y la cámara vibrante con naturalidad y de forma fácil. La estructuración, hilada mediante fundidos a negros acompañados de música estridente, insinúa los actos de una representación teatral, pero elevando la vista más allá, puede estar sugiriendo, incluso, los ciclos críticos del capitalismo, como una última irreverencia hacia el sistema.
No fue el de Beckett el único espíritu que sobrevoló la sala 2 del Cine Palafox la tarde de ayer. También lo hizo el de otro dramaturgo englobado en la corriente del teatro del absurdo, el rumano Eugene Ionesco, que se erige en clara referencia de la película El extraño gatito. La cinta de Ramon Zürcher es una extensa declaración de (no) intenciones. Englobada también en el ciclo Arthaus, que exhibe lo mejor del cine indie alemán dentro del marco del festival, el film es una propuesta atrevida, fuera de convencionalismos y con las ideas muy claras, al contrario de lo que pueda parecer.
Con el típico tópico de una reunión familiar, el cineasta, que debuta en el largometraje con esta obra, se sumerge en un entorno viciado y claustrofóbico: una casa familiar en la que conviven personas que parecen ser extrañas entre sí. Una madre enigmática, que siempre tiene una réplica fuera de lo común preparada, acapara la extrañeza de una familia completamente desquiciada.
La herencia dramatúrgica de Ionesco planea sobre las conversaciones de la familia, cargadas de réplicas, convertidas en ocasiones en una especie de juego de interpelaciones sin aparente sentido. Sin embargo, dentro de ese aparente sin sentido se esconde un mensaje sobre la incomunicación de las familias; en el seno de esa familia en la que todos parecen extraños se halla la parábola de una sociedad cada vez más inconexa. El extraño gatito es un drama familiar atípico, fascinante por el desconcierto que desprende. Las imágenes inconexas de objetos inanimados (la taza, la botella que gira), animales (el gato, el perro, la polilla) y el retrato de cada uno de los personajes, siempre apoyado en la coralidad, hacen de esta cinta una propuesta atractiva y llena de significantes.
El extraño gatito, inspirado libremente en La metamorfosis de Kafka, es un imponente ejercicio de estilo de un director que debuta en el largometraje con notable alto. Destaca la maestría con la que usa el fuera de campo para destacar su posición de observador externo y colocar su mirada en los ojos de quien le interesa en cada secuencia. La potencia de su mensaje, la iconoclastia de su film y la revisión del teatro del absurdo que realiza en poco más de una hora de metraje, convierten a Zürcher en una de las voces con más futuro del cine independiente alemán.
Por su parte, la sesión nocturna recuperó la película de inauguración, Exit Marrakech, de forma simultánea a la proyección de Susurros tras la pared, obra cargada de referencias cinematográficas a través de la que Grzegorz Muskala indaga y transita los géneros. En este momento, Ionesco y Beckett seguían sobrevolando el cine Palafox, esta vez como meros espectadores de algo que probablemente les suene raro. No sabemos si habrán llegado para quedarse durante los cinco días, eso ya es cosa de otra jornada.
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