Crítica publicada en NoSóloGeeks
La vida es, desde el momento en el que empieza, una lucha contra el tiempo. Conscientes de la finitud de nuestros días, nos empeñamos en confrontarnos con el reloj y ganar algunas batallas. En El oro del tiempo, último film de Xavier Bermúdez, la lucha contra el fin se evidencia en casi cada uno de los planos, pero sobre todo en la importancia que toman los relojes a lo largo del metraje.
Cuando Alfredo, el doctor protagonista de la cinta, decide criogenizar el cadáver de su mujer, fallecida a causa de un problema cardiológico, emprende una carrera contra el tiempo (la muerte). Confiado en las posibilidades de que la ciencia avance y permita curar la anomalía, conserva el cadáver de su esposa en una habitación de su casa. Sin embargo, cuando la vejez llega, muchos años después, parece difícil que su propósito se cumpla. Además, su salud, cada vez más comprometida, le lleva a solicitar los servicios de una enfermera, Corona, que se convertirá también en su asistenta personal y criada. La amistad entre ambos vertebra la cinta de Bermúdez, que se puede dividir en dos actos que pivotan en torno a la extrañeza existente entre los dos, primero, y el acercamiento y posterior amistad, tras enfermar ella e invertirse los roles de cuidador y cuidado.
Xavier Bermúdez se adentra en la Galicia más profunda para contar una historia de amor cruda, profunda y de una delicadeza especial. El director adapta la historia real de un doctor francés para ahondar en la vida cotidiana de sus personajes y en las dicotomías que se forman en su día a día. Con una dirección pausada y muy elegante, el cineasta reflexiona sobre el amor, las necesidades, el recuerdo y la inevitable mella del tiempo en las personas.
El fantasma de la mujer fallecida (que rememora grandes nombres de la literatura y el cine, desde Buñuel a Edgar Allan Poe) habita la casa y la memoria del protagonista. El plano inicial, en el que ella silba alegremente Bella Ciao en el sueño del protagonista, antes de mirar a cámara (la extensión de sus ojos), da paso a una serie de secuencias, a lo largo del metraje, en las que la vemos jugueteando en el río o en ese sueño recurrente. Es admirable el trabajo de Marta Larralde, que construye un personaje, con toda su entidad, con tan sólo un par de secuencias y miradas. No se puede hacer más con tan poco.
En ese mismo sentido (el de conseguir tanto con tan poco), resultan brillantes los trabajos interpretativos de Ernesto Chao y Nerea Barros en los papeles principales. Sus interpretaciones están cargadas de contención, sutileza y primeros planos, con los que Xavier Bermúdez busca la máxima expresión de los sentimientos. Esa contención que sobrevuela toda la historia engarza a la perfección con el espíritu de la película, íntima, silenciosa, elíptica (no se conoce nada del pasado n de la vida de los personajes más allá de su vida entre las paredes de la casa) y de una belleza poética destacable.
El oro del tiempo narra una historia de amor, una de las más crudas y bonitas que se puedan retratar. Y además es testigo de la aceptación de la muerte, de la vejez y de una amistad platónica y muy bella entre los dos protagonistas. Con un ritmo pausado, como el de la propia vida rural, nos atrapa a través de su delicadeza y del minimalismo reinante en la relación a dos bandas que cuenta: la de Alfredo con su mujer (a través de videos, recuerdos y nostalgia) y la de él mismo con Corona (mediante su relación diaria de dependencias y cuidados que derivan en amistad).
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