Crítica publicada en Esencia Cine
Lo que empieza como una comedia agradable y ligera termina por convertirse en un drama de altura en la última película de Pierre Salvadori, En un patio de París. Como la vida misma, el transcurso de la película va de la luz a la oscuridad con un paso intermedio por los matices. El director de filmes como Usted primero, Los aprendices o Una dulce mentira, entre otros, conjuga la amistad, la soledad, la vejez y el hastío para ofrecer una obra que, si bien no resulta excesivamente trascendental, consigue tocar la fibra en determinadas ocasiones y hacer reír en el resto.
Antoine es un músico que de buenas a primeras decide que no quiere seguir cantando. Así, atraviesa el escenario (en una imagen poderosa) y deja al público de su concierto con las ganas de verle tocar y cantar. Aquejado de un insomnio que no le permite dormir (“y cuando consigo dormir sueño que no puedo dormirme”) comienza a trabajar como conserje en una comunidad de vecinos. Gustave de Kervern consigue un retrato poderoso de un hombre hastiado, ya de vuelta, enfadado con la vida, que se deja abrazar por las drogas.
En principio el trabajo es perfecto para su problema; le permite hacer tareas mecánicas y así relajar sus pensamientos con el objetivo de conciliar el sueño por las noches. Sin embargo, en el inmueble se topará con personajes a cada cual más extravagante, pero con una historia tras su fachada. Entre todos destaca Mathilde, una señora que se obsesiona con una grieta en su salón y cae presa del pánico ante la posibilidad de que los cimientos se vengan abajo. Catherine Deneuve es una clara muestra de aquel dicho que anuncia que “la que tuvo, retuvo”. La actriz acepta su madurez (alguno diría vejez, y con razón también) con elegancia y un amago tono de humor, dejándose llevar por las preocupaciones de su personaje y edificando para ella una relación especial con Antoine. Las circunstancias llevarán a ambos personajes a entablar un fuerte vínculo de amistad, tan bonito como complejo.
Salvadori completa un cruce muy funcional y delicado entre la comedia (representada por el aspecto coral de la vecindad: el hombre obsesionado con el perro, el repartidor de la secta…) y el drama, representado en historias puntuales (ese futbolista al que una lesión de rodilla truncó la vida y ahora es drogadicto, o los propios protagonistas). El cineasta hace gala de la sutileza para traspasar los muros del edificio y reflexionar sobre el otoño, la madurez y la soledad. Además, el francoitaliano desliza un mensaje muy bello (final incluido) sobre la amistad como motor de cambio en la vida.
Sin duda, En un patio de París es una película seductora, e incluso algo más. Una muestra más de que el cine francés sabe medirse con exactitud y dotar a sus películas de un punto diferencial. Por si fuera poco, el placer de ver a Catherine Deneuve en una pantalla, y la química que alcanza con su compañero, Gustave de Kervern, hacen que merezca la pena el visionado.
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