Crítica publicada en Esencia Cine
Da la sensación de que Jean Dujardin y Gilles Lelouche podrían intercambiarse los papeles y el resultado de sus trabajos en Conexión Marsella sería exactamente el mismo. Su magnetismo inunda la pantalla en cada uno de los encuadres en los que aparecen. Cédric Jiménez se apoya en sus dos intérpretes para efectuar su particular homenaje al cine de gángsters norteamericano de la época en la que se sitúa la acción: mediados de los 70. Cuando el crítico Kyle Smith habla de la “épica del crimen norteamericano” a cualquiera se le pueden venir a la cabeza nombres como el de Martin Scorsese, Brian de Palma o el mejor Francis Ford Coppola. Y cuando uno se sienta ante este La French, en cierto modo, también. Sobre todo, los ecos del autor de Uno de los nuestros (1990), del que Jiménez asimila la steady a la espalda de los personajes como un elemento ajustado a su narrativa visual.
En el relato, una suerte de dicotomía que lo gobierna todo. Dos líneas: la que muestra la cotidianeidad de la organización mafiosa y los pasos del juez. Dos ambientes: el profesional (mafia frente a policía y juzgados) y el familiar, compartido por los dos antagonistas en sus variaciones. Quizás la equiparación de caracteres entre el bueno y el malo –esa posibilidad de intercambio con la que comenzaba esta crítica– sea la más evidente, pero también la más transgresora en el dispositivo narrativo, ya que al final nos queda la sensación de que ni los malos lo son de forma maquiavélica, ni los buenos son tan incontestables. En lo visual, por otra parte, se da cita un sorprendente vigor de la cámara para las escenas de acción, tan vibrantes como seductoras, con algunos tics de puesta en escena ciertamente cuestionables, como un caprichoso zoom del director para recalcar el dolor ante la muerte de una de las protagonistas (!).
Jiménez consigue sacar lustro a un guión del que se prevén más giros de los que sería recomendable, pero que termina por engarzar a la perfección en el valioso ejercicio de estilo llevado a cabo por el cineasta. Por otra parte, la banda sonora y el uso del jukebox confieren a la segunda película del realizador (que estrenará la tercera en 2016) un toque de cierta poesía que, en determinados momentos, acude precisa para apaciguar la violencia que se apodera de la capa subyacente de la historia (Bang! Bang!). Y para hablar, silenciosamente, de las derrotas. O de victorias pírricas. Conexión Marsella viene a demostrar que la epopeya sobre la mafia no es solo cosa del cine americano. Tal vez es que nunca fue así.
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