Crítica publicada en Esencia Cine
En una escena de El hombre de hierro (1981), el protagonista narra cómo Lech Walesa saltó la valla de los astilleros de Gdansk durante las jornadas de huelga y dio un discurso que se convertiría en voz de guerra a todos los huelguistas. En su última película, Walesa, la esperanza de un pueblo, Andrzej Wajda retorna a ese momento como punto de partida de la lucha que emprendió el carismático líder contra el Gobierno comunista pro soviético, y que a la postre le valdría el Premio Nobel de la Paz.
Al contrario que en la película de 1977, en este nuevo film la figura de Walesa pasa de circunstancial a predominante. De esta forma, el cineasta polaco completa una trilogía que habría empezado con El hombre de mármol (1977), continuado con la citada El hombre de hierro y concluye, casi cuatro décadas después, con esta obra. No en vano, el subtítulo original del film es El hombre de la esperanza.
Wajda vuelve a estructurar su historia mirando hacia el pasado, es decir, la narración se estratifica en varias líneas temporales siempre contadas desde un futuro más o menos cercano. En El hombre de mármol era una mujer que investigaba para realizar una película; en El hombre de hierro, un periodista afín al comunismo que intentaba desestabilizar las huelgas. En Walesa, la esperanza de un pueblo la historia es contada a través de una entrevista que una periodista italiana le hace al propio Lech Walesa en la que éste revela cómo ocurrieron los hechos, o más bien la versión que él quiere.
El autor de El junco retorna a la Polonia más reciente, y aún con heridas por cerrar, y nos muestra la evolución de la sociedad desde el pasado al presente. Para ello, el director utiliza una fotografía de tonos grises, ciertamente acromática, fruto del trabajo de Pawel Edelman, que oscurece lo que, por otra parte, cae innumerables veces en el tono hagiográfico. Es cierto que Wajda transita varios puntos de la vida de Walesa, pero no lo es menos que deja muchos otros sin tocar, ofreciendo una imagen demasiado ensalzada del líder político polaco, que habla y elige qué decir y qué no mediante las respuestas a la entrevista. La película resulta más interesante cuanto más se aleja de esa vida de santo; sin embargo, no existe un contrapunto fuerte, sino una obra destinada a engrandecer una figura. Ni siquiera los evidentes rasgos de vanidad y engreimiento del protagonista (gran trabajo de Robert Wieckiewicz, por otra parte) logran ensombrecer la evidente pontificación que el film hace de Walesa.
Walesa, la esperanza de un pueblo añade, por otra parte, imágenes de archivo (que a veces trata de imitar con imágenes ficticias para continuar con la sensación) que aportan el contexto social y revolucionario de los astilleros. Sorprende, en este sentido, la inclusión por parte del cineasta, a sus 88 años, de una más que pertinente música punk polaca para acompañar las imágenes de la lucha obrera contra el sistema burocrático establecido por la URSS. Andrzej Wajda completa su trilogía con esta película sobre el fundador del sindicato Solidaridad. De esta forma, aporta una misma visión, a lo largo de su filmografía, de estos eventos ocurridos en 1980 y del contexto que llevó a Polonia hasta ellos.
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