02 enero 2015

'Leviatán', las ruinas de la Rusia contemporánea

Crítica publicada en Esencia Cine


Un fantasma recorre Rusia: el retrato y las consecuencias de un nombre, Vladimir Putin. La sombra del presidente de la Federación Rusa permanece latente en cada secuencia de la última película de Andrei Zvyagintsev (Elena, El regreso). El cineasta ofrece un fresco sobre la Rusia actual a través de la situación que atraviesa su protagonista, Kolia, un hombre que trata de sobrevivir a la expropiación de su casa por parte del Gobierno, junto a su mujer y su hijo, fruto de una relación anterior.

Con una puesta en escena totalmente centrada en los personajes (primeros planos, reducción de la profundidad de campo, enfoque selectivo, etc.), el director aísla el protagonismo de la historia en torno a ellos. Son sus piezas centrales, sus baluartes, y sobre sus hombros descarga todo el peso de una narración centrada en la caída en picado de Kolia.

Sin embargo, pese a la importancia de los personajes, el trabajo fotográfico de Mikhail Krichman permite detenerse en las ruinas de una Rusia desolada (el esqueleto de ballena en el que juegan los niños) y los paisajes (mención especial a los bellos amaneceres que filma su cámara y a algunos fenómenos climatológicos que recoge) mientras transcurre la historia central.


La sociedad rusa posterior a la caída de la Unión Soviética aún colea en la actualidad, algo que Zvyaginstev no deja pasar, situando siempre varios polos en su discurso. Son la iglesia y la casta política los estamentos con más atención en el film; tal vez porque sean los más jugosos, rugosos y cargados de aristas en esa Rusia real que retrata Leviatán. Sin embargo, el cineasta no sólo se detiene en estos dos escalones, sino que va más allá mostrando cómo la sociedad rusa es agresiva y ciertamente violenta (casi siempre con el alcohol y la tenencia de armas de por medio).

Leviathan transita varios géneros cinematográficos (thriller, negro, social, político, etc.) siempre desde la mirada elegante y sobria de su director. No sobra ni falta ningún plano, ninguna aclaración, ningún subrayado; todo se enmarca a la perfección dentro de esa ruina que es la Rusia de Putin (que aparece indirectamente, en fotos oficiales, en más de una ocasión). La cinta se adscribe con solidez en los múltiples estilos narrativos que despliega y en todos demuestra un crudo sentido del humor que engrandece la propuesta desde otra perspectiva. 

Zvyaginstev firma una película de contexto muy actual; gélida, dura e incómoda en algunas situaciones. No obstante, consigue alejar cierto maniqueísmo, coloreando a sus personajes en tonos matizados de gris, con la excepción del alcalde, quizás demasiado perfilado para adquirir el rol de villano sin ninguna otra posibilidad abierta. Y en una película de estas características, el final no podía ser nada más que un cierre gélido. Leviatán concluye con unas imágenes reveladoras que demuestran la gran economía narrativa de la propuesta, una secuencia que dice todo sin apenas decir nada y que contribuye a perpetuar ese sabor que ha ido propagando durante todo su metraje.

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