23 enero 2015

'La conspiración del silencio', la identidad de los fantasmas

Crítica publicada en Esencia Cine


Fantasmas. La conspiración del silencio es ante todo una historia repleta de fantasmas. Pero sobre todo hay uno que planea sobre todo el metraje del film germano: el fantasma del nazismo en una Alemania que trata de recuperarse y cicatrizar su pasado. Ese reverso oscuro que siempre perdura al salir de una época ominosa como la que vivió el país entre 1933 y 1945. “¿Crees que los nazis desaparecieron con Hitler?”, espeta uno de los personajes en un momento determinado de la cinta. 

De forma similar a como hizo Alfredo Grimaldos en su libro de no ficción La sombra de Franco en la transición, pero apoyado, en este caso, y por completo, en la ficción, Guilio Ricciarelli hurga en la herida abierta situando la acción en 1958, años después del fin del Tercer Reich, pero aún sin el tiempo suficiente para la depuración de las instituciones germanas. El protagonista, Johann Erdman, fiscal, posee unos documentos que podrían abrir un caso contra algunos de los miembros más importantes del partido nazi. Sin embargo, el muro de silencio con el que choca una y otra vez en las propias instituciones no tiene otro fin que encubrir los crímenes de guerra, perpetrados en muchas ocasiones por personas que ahora trabajan en dichos organismos.


Ricciarelli indaga en la identidad de una nación, y en la madurez democrática de la misma, al colocar a sus personajes frente a la encrucijada de dar el paso adelante frente al horror y la barbarie que lleva su sello nacional y perseguir a sus culpables. De esta forma, envuelta por momentos en los códigos del thriller, la película avanza por el terreno pantanoso que es la Alemania de los años 50 y 60. 

Sin embargo, lo que a priori es una interesante historia humana, y así empieza durante los primeros minutos, se diluye al querer abarcar demasiado contenido. El cineasta trata de metaforizar el renacimiento de un país a través del amor que nace entre esas ruinas que empiezan a reconstruirse. Pero la historia de amor no encaja en La conspiración del silencio, se mire por donde se mire, y lo único que consigue es dilatar en exceso el final y sacar cada cierto tiempo al espectador del hermetismo propio de la historia que está narrando.

Así, el guión transita y alterna la investigación, en la que trabaja el propio fiscal protagonista junto a un periodista “interesado”, y esa innecesaria historia de amor de Johann con una joven modista. La conspiración del silencio es una visión de la decepción que supone la caída de los héroes; el descubrimiento de que, a veces por supervivencia, a veces por la condición hobbesiana del hombre, somos la raza más permisible e indulgente para con el horror que nosotros mismos generamos. 

Ricciarelli se inmiscuye en la historia alemana con una película que, pese a abusar de ciertos giros algo fáciles (la aparición de Mengele en la historia, por ejemplo) o recursos muy de telefilm, es compensada con otros aciertos a la hora de estructurar la mentalidad del personaje y la contramentalidad de lo que parece un entorno decidido a esconder la basura debajo de la alfombra hasta que nadie recuerde que un día estuvo ahí. Y que ellos la vieron y no fueron capaces de barrerla.

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