01 enero 2015

'El séptimo hijo', dragones, cazadores y brujas tránsfugas

Crítica publicada en Esencia Cine


El mundo mágico y fantástico vuelve a resucitar, si es que alguna vez murió, en El séptimo hijo de Sergey Bodrov. Tras la liberación de la Reina Bruja, la Madre Malkin, la guerra entre el bien y el mal vuelve a estar latente en el mundo. La poderosa villana efectúa la llamada a todos sus súbditos para preparar su venganza contra el Maestro Gregory, el caballero que siglos atrás logró capturarla y encerrarla, y que ahora trata de entrenar a su aprendiz para que adquiera todo su conocimiento antes de la batalla que se avecina.

No se puede decir que El séptimo hijo aporte nada demasiado novedoso a un género cada vez más manoseado. Muchas de las situaciones son típicas en este film. La venganza, la traición por el amor de la familia, el outsider que se enamora de alguien del otro lado, hasta el pasado amoroso entre protagonista y antagonista. Todas estas situaciones ya las hemos visto antes, pero Bodrov las vuelve a disponer en su película, que a veces puede pecar de usar “demasiada plantilla”.

El séptimo hijo abusa de lo excesivo; bien es cierto que una película en la que los protagonistas tienen el poder de cambiar de forma, convertirse en dragones, guepardos, monstruos de piedra gigantes, o incluso son dioses de cuatro brazos, se presupone cierto exceso. Sin embargo, hasta teniendo en cuenta esas situaciones, el film de Bodrov resulta completamente pasado de frenada.


Un Jeff Bridges pasadísimo de rosca, y muy alejado de sus mejores trabajos (en este film, por momentos, parece un “dude” de la Edad Media venido a menos), comanda el ejército de salvación. Batallón que se enfrenta a un grupo de villanos muy peculiares. No sabría decir quien firma estas líneas si todo esto que va a contar es fruto de la casualidad, pero se le antoja difícil que no esté premeditado. Allá va. El ejército del mal en El séptimo hijo está compuesto por, a saber, un negro, un asiático, un árabe y tres mujeres, que se enfrentan a dos hombres buenos (y blancos, claro), y un gigante tontorrón, que representan el bien. Por si fuera poco, la puesta en escena de la película ofrece unos espacios habitados por el mal (el castillo de la bruja) con una evidente disposición y decoración arabesca. Que cada cual interprete como desee esta situación, pero llama poderosamente la atención.

Por su parte, Julianne Moore se mete en la piel de una bruja malvada, con mucho resentimiento hacia el Maestro Gregory, quien la encerró y según ella la traicionó, y completa un papel que, pese a estar evidentemente pasado de vueltas, no destaca en exceso por ningún extremo. El séptimo hijo supone por tanto una nueva incursión en el mundo mágico en el que las brujas y los cazadores dominan el mundo y establecen el orden social. Y bajo estas directrices, Bodrov hace caminar a sus personajes hacia un final que recuerda, en cierto modo, al de la saga El señor de los anillos. Sólo que allí la química entre Gandalf y Frodo era muchísimo mayor que la que alcanzan aquí Jeff Bridges y su aprendiz Ben Barnes, más pendiente de sus escarceos con una bruja “tránsfuga” que de su cometido de salvar al mundo.

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