Crítica publicada en Esencia Cine
Julianne Moore se mira en un espejo que, debido a los cortes del vidrio, divide su imagen en varias. Justo antes acaba de observar su reflejo difuminado en la pantalla negra de un televisor apagado. Su rostro está totalmente descompuesto cuando una de sus manos extiende una densa crema sobre la superficie de vidrio y su cara queda completamente oculta por el blanco. La secuencia, que podría parecer banal, recoge mejor que cualquier explicación la esencia de Siempre Alice. La película retrata el proceso de borrado continuo de una persona (o lo que fue) sobre la faz de la tierra.
Diagnosticada con Alzheimer de inicio precoz, Alice tiene que enfrentarse a una nueva vida completamente diferente a la que hasta ese momento conocía. En el principio del film, Richard Glatzer y Wash Westmoreland se detienen en mostrar a Alice como una mujer de vida resuelta, núcleo familiar medianamente fuerte y unido, cero problemas económicos e incluso un cierto aire de frivolidad en las relaciones que se la intuyen.
Ese ápice de frivolidad se confirma posteriormente con varias líneas de guión bastante cuestionables en el personaje, nunca justificables pese al varapalo que supone la enfermedad. “Ojalá tuviera cáncer”, llega a decir en un momento, “así no me sentiría avergonzada”. De esta forma, muy poco a poco, lo que podría haber sido un acercamiento interesante y bastante ilustrativo a la dolencia (lo es por momentos), se convierte en un melodrama de los que fuerzan a llorar al espectador en cada requiebro del guión.
El trabajo interpretativo de Moore en la construcción del personaje está fuera de todo cuestionamiento. La labor de la actriz pasa a ser lo más rescatable de la obra junto a las relaciones familiares entretejidas a lo largo del metraje, en las que reluce una Kristen Stewart, que se mide continuamente con Moore, y un Alec Baldwin con un personaje de moral ciertamente rechazable. La estructura lineal introduce, paulatinamente, aunque de forma demasiado obvia, las fases de la enfermedad que atraviesa Alice. Sin embargo son los subrayados (la metáfora con la mariposa; vida corta, pero buena, por ejemplo) y el abuso de la música los que terminan por convertir Still Alice en un melodrama insulso e insustancial más allá de la gran interpretación de Julianne Moore.
Los recuerdos y la importancia de los mismos vertebran la película de Glatzer y Westmoreland, que ponen el foco en cada pliegue del rostro de una Julianne Moore perpetuamente llorosa. La puesta en escena aísla al personaje de su entorno a través de cuidados desenfoques selectivos que tienen lugar cada vez que la mujer sufre un “ataque”. El recurso es destacable, pero el resto de elementos del propio film terminan fagocitando la buena idea, de la misma forma que emborronan una historia que podría haber resultado mucho más certera e interesante.
Siempre Alice consigue mostrar, en determinados momentos, el duelo y el dolor por la pérdida y la enfermedad; pero sus logros se quedan en tierra de nadie cuando, continuamente y de forma muy marcada, trata de llevar las emociones del espectador a los límites del sollozo. Probablemente lo que consiga esta coacción es que, con el fundido a blanco con el que concluye la cinta, la mente del espectador haga exactamente el mismo proceso que, de forma mucho más triste y fortuita, la protagonista: olvidar.
0 comentarios :
Publicar un comentario