Crítica publicada en Esencia Cine
No sólo la historia central de Cold in July se sitúa en la América de los años ochenta. También la propia película se circunscribe por momentos a esa época y nos recuerda a alguna de las grandes obras de entonces. Jim Mickle se adscribe a las pautas y el sello del thriller para narrar una venganza que deriva en una cadena violenta de represalias en la que todo es capaz de cambiar de un minuto a otro.
Frío en julio empieza como una historia de venganza clásica: un hombre mata en defensa propia a un ladrón que ha entrado en su casa en Texas y el padre, recién salido de prisión, acude en su venganza. Bajo la capa más superficial, una leve crítica tanto a la seguridad como motor social elemental y, sobre todo, la tenencia y posesión de armas en el hogar; en el lado más tangible, un gusto por la violencia primaria, la que arraiga en los instintos más profundos, que recuerda a algunos grandes títulos de hace tres décadas.
La primera hora de Cold in July es excelsa. Apoyado en el material original –la novela de idéntico título que escribió Joe R. Lansdale en 1989– Jim Mickle consigue una variante cinematográfica que avanza gracias a los elementos propios del thriller, pero que además juega con algunas convenciones del terror, sobre todo en la creación de determinadas atmósferas y situaciones del film.
Sin embargo, a partir del giro central –la aparición “estelar”, al ralentí, acompañada de música, ciertamente coeniana, de Don Johnson– la cinta cae en un continuo de giros alocados y cambios de patrón. Las alianzas oscilan continuamente, van y vienen entre los tres personajes centrales (Sam Shepard, Michael C. Hall y Don Johnson), hallando su punto álgido en la “batalla” con las fuerzas de seguridad estatales. Interesantísima resulta a este respecto una clara alusión a la brutalidad de la policía en sus mecanismos (con una impactante escena en las vías del tren), así como el pivote central que supone el engaño del cuerpo por parte de la autoridad para no poner en peligro una de sus operaciones.
Jim Mickle juega al gato y al ratón, con múltiples gatos y ratones, reposando todo el peso de su historia en el trío de protagonistas. Ninguno de los tres comparece por debajo de las exigencias del film, todos consiguen dar entidad a sus personajes, por otra parte cargados de aristas y dudas (quizás el momento de debilidad más evidente sea el que lleva al personaje de Michael C. Hall a dudar sobre su intervención en la brutal escena sobre la que requiebra la primera venganza entre él y Sam Shepard).
Cold in July va de más a menos en la narración de ese encadenamiento de venganzas, pero pese a la irregularidad de su segunda mitad consigue generar algo muy importante en el género del thriller: la atmósfera y la tensión. Además, el aspecto técnico y la dirección engrandecen el apartado narrativo con varios usos del ralentí e imágenes destacables –la aparición de Shepard en una estancia oscura en el momento de lucir un relámpago puede ser un buen ejemplo– y, en última instancia, una genial y ecléctica banda sonora.
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