05 septiembre 2014

'Líbranos del mal', o cómo descubrir que el demonio es fan de The Doors

Crítica publicada en Esencia Cine


Hasta en los argumentos más sencillos se esconde siempre un mensaje. La premisa podría aplicarse a la idea de Paul Watzlawick: todo comunica. Siguiendo con la teoría, Líbranos del mal esconde, bajo su apariencia arquetípica de película de terror mezclada con slasher, mensajes cuestionables y muy rebatibles.

Scott Derrickson se basa en un libro, supuestamente inspirado en hechos reales, para contar la historia de Ralph Sarchie, un agente de policía de Nueva York que se ve envuelto en una serie de asesinatos que parecen tener relación con unas posesiones demoníacas. Para ello se aliará con un atípico sacerdote, que tratará de ayudarle, primero en sus investigaciones, posteriormente en su suerte de conversión y máster en exorcismo avanzado. 

Vertebrada por una especie de quiz que tiene en The Doors su máxima pista –todo conduce a alguna letra o canción de la banda de Jim Morrison, incluso para el propio demonio, que utiliza la música del grupo para torturar a su víctima (aunque suene a comedia)–, la investigación apunta hacia tres antiguos soldados retornados de la guerra de Iraq.


El guión se convierte en un conjunto de arquetipos (personajes y situaciones), momentos repetidos una y otra vez en el cine de terror, y golpes de efecto y sonido. La dirección de Derrickson se ajusta a lo que se espera del género, pero el material narrativo es tan pobre que ni siquiera los toques de humor con los que se trata de aliviar la propuesta consiguen dotar de una identidad propia al film. 

La cinta del cineasta consta de varias partes que se entrelazan con la historia central, pero nunca llegan a engrasarse, ni engranarse, con la misma. Como ejemplo, el origen del mal. Sabemos que los tres soldados son los artífices de ese “mal primario”, como lo denomina el cura, pero nunca llegamos a identificar los verdaderos motivos (más allá de la, inconexa también, historia del pasado que atormenta al protagonista). Por si fuera poco, Derrickson se permite el lujo de colocar ese supuesto origen de las posesiones y el mal (cual caja de Pandora convertida en una cueva oscura) en el territorio iraquí, en una metáfora tan simplona o más como la que sitúa a la policía neoyorquina como única benefactora de las almas buenas.

Líbranos del mal cabalga durante buena parte de su metraje –excesivo– entre el terror convencional, los toques de humor y una suerte de innovación, llamémosla pop, que sitúa la música de The Doors como uno de los fetiches de un demonio ciertamente melómano y que se funde con mensajes de cierta índole conservadora. Ya lo dijo Watzlawick: todo, absolutamente todo, es comunicación.

People are strange.

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