Crítica publicada en Esencia Cine
En ocasiones, bajo el manto de la comedia, se esconden grandes temas. Los elementos del humor y la ausencia de tensión (o presión) dramática que a veces proporciona este género, ayudan a introducir algunas cuestiones que de otra manera podría resultar más difícil. Esto es lo que le ocurre a La gran seducción, tercer largometraje del canadiense Don McKellar, que es a su vez un remake de la película de idéntico nombre que Jean-François Pouliot filmó en 2003.
Con un toque cómico absolutamente innegable y bastante fresco, el director se adentra en la vida rural norteamericana a través de un pueblo del norte de Estados Unidos. El emplazamiento necesita la construcción de una fábrica para revitalizar su economía y la propia vida, pero para ello necesitará encontrar un doctor que ocupe la plaza vacante existente. El elegido será, por un cruce de azares, Paul, el personaje interpretado por Taylor Kitsch, que actuará como contraposición de lo urbano frente a lo rural, representado por el resto de personajes.
Primero, el doctor llegará para quedarse un mes, pero todo el pueblo tratará de hacer del sitio un lugar maravilloso para que él decida instalarse definitivamente allí. Este intento de cambiar la vida del pueblo para que sea más acorde con los gustos del médico es el pilar que proporcionará más risas (desternillante, por ejemplo, el intento de jugar críquet en la ladera de una montaña para que sea lo primero que el doctor vea al llegar en barco).
Sin embargo, como apuntaba antes, lo que hace la comedia es servir como calzador a temas más trascendentales. La gran seducción no se limita a hacer un compendio de chistes y gracias, sino que indaga en temas como la necesidad de afectos, situando a sus personajes en un entorno hostil y solitario que hace destacar esa soledad comunitaria (la mujer que se marcha a la ciudad a trabajar y el marido que se queda, la dependienta de la tienda que es la única persona joven del poblado, el camarero del bar y su rutina, etc.).
El tema central, en cambio, no es otro que el abandono rural y la prevalencia de las ciudades sobre los pueblos en una sociedad cada vez más tendente a lo urbano. La llegada del médico urbanita al entorno rural sirve para hacer contrastar las costumbres y lugares comunes de uno y otro ambiente. La dicotomía entre el pequeño pueblo hospitalario y caluroso frente a la gran ciudad invisible e impersonal vertebra toda la película, dejando además una melancólica reflexión sobre la muerte de los pequeños pueblos y de sus trabajos y oficios (en este caso la pesca).
La gran seducción supone un acercamiento muy íntimo y reflexivo a la decadente vida rural norteamericana, a través de un film divertido con mucho humor y puntos cómicos. La nostalgia se une a la risa en una relación simbiótica, que, salvando algunos de sus clichés, funciona como uno de esos engranajes de los barcos antiguos, que a pesar del óxido acumulado de años y años de trabajo, siguen dando un buen resultado.
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