Crítica publicada en Esencia Cine
En la metáfora de la vida, el otoño y el invierno se suelen referir a la madurez y vejez. Cuando uno alcanza el otoño, está cada vez más cerca de irse del mundo, cada vez más lejano a la juventud, normalmente entendida como la plenitud en todos los sentidos. Por lo tanto, más lejano de los deseos, convenciones y sentimientos que esta etapa conlleva; en definitiva, más lejos de lo que se entiende propia vida.
En su nueva película, Antes del frío invierno, Philippe Claudel, cineasta (Hace mucho que te quiero, Silencio de amor) y novelista (Almas grises, La nieta del señor Linh, Aromas), reflexiona sobre esa edad que da paso a los últimos abriles y sobre cómo los sentimientos también se abren hueco pese al paso del tiempo.
Nunca dejamos de ser personas, nunca olvidamos la “otredad”, la necesidad de contacto, el roce… Es lo que parece querer recordar el cineasta cuando sitúa en una encrucijada de “amor y deseo” a un matrimonio sólido y bien avenido (Kristin Scott Thomas y Daniel Auteil), en el momento en el que unas misteriosas flores anónimas comienzan a llegarle a él a todos los sitios que frecuenta.
Claudel coloca las flores como un intervalo de belleza amenazante, y en definitiva de juventud, poniéndola al nivel de Lou (Leïla Bekhti), la joven camarera que comienza a aparecer cada vez más en la vida del doctor a la vez que los ramos llegan. Los secretos, las relaciones y la erosión del amor causada por el paso del tiempo configuran un relato que dispone los mecanismos del thriller romántico, y al que se une el personaje de Richard Berry.
La fotografía de claroscuros –con ciertas composiciones que resuenan a las pinturas de Hopper (la escena de la cafetería, por ejemplo) – indaga en los estados de ánimo de sus personajes a través del contraste y una dosificada desaturación en momentos puntuales. Los grises matizados se apoderan del matrimonio, mientras que los colores vivos inundan la pantalla cuando los personajes “viven” fuera de él.
Antes del frío invierno se edifica, por tanto, como una parábola simbólica sobre los mecanismos del amor, el deseo y los sueños que aún se mantienen vivos en el otoño de la vida. Un film muy psicológico de carácter melancólico, con un giro final sorprendente y un desarrollo psicológico muy trabajado para los personajes. El trío formado por Daniel Auteil, Kristin Scott Thomas y Leïla Bekhti se carga todo el peso de la película a la espalda y consigue adecuarse a la atmósfera agobiante y tensa que dispone Philippe Claudel.
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