12 septiembre 2014

'Boyhood', los surcos del tiempo

Crítica publicada en Esencia Cine


Treinta y nueve días de rodaje, a lo largo de doce años, concentrados en algo menos de tres horas de metraje. Boyhood podría resumirse en esa frase sin incurrir en ninguna falsedad. Al menos en ninguna falacia total, si bien podríamos mentir por omisión. La última película de Richard Linklater, que comenzó a gestarse mucho antes que algunas de sus últimas obras, juega con el elemento temporal por encima del resto, congelándolo y dejándolo discurrir a su antojo en beneficio de la obra.

Boyhood supone, por tanto, un prodigio de la planificación cinematográfica sin precedentes; resulta admirable que una película de tales dimensiones –se podría denominar como mastodóntica– sólo haya precisado esos treinta y nueve días de filmación. Cierto es que el “experimento” se había realizado con anterioridad (el Antoine Doinel de Truffaut o el ciclo de Vanda Duarte de Pedro Costa, entre otros ejemplos); pero no es menos cierto que nunca se había hecho en sólo tres horas de cine.


Abrazada por dos canciones –Yellow de Coldplay, al principio, y Deep Blue de Arcade Fire en el final–, la cinta de Linklater narra un viaje, el de Mason, desde la infancia hasta que la juventud toca la puerta de la edad adulta. Un viaje que se puede hacer extensible a cualquiera, un camino reconocible para cualquiera. No son las dos únicas canciones que utiliza el director, que vuelve a demostrar, como en películas anteriores, que su jukebox es completo y que sabe cómo acercarlo a su historia. Desde Foo Fighters hasta The Black Keys, pasando por Bob Dylan o Wilco, entre otros muchos nombres, completan y acompañan a Mason en el camino. 

No es el uso de la música el único acceso que deja el director de su autoría. Se reconoce al cineasta de la trilogía ‘Before’ en la importancia del diálogo y en determinados planos (sobre todo un traveling en el que Mason conversa con una chica del mismo modo que Ethan Hawke y Julie Delpy lo hacían por las calles de las ciudades europeas). Pero también en el uso de la canción in situ, como ocurría en el momento crucial de Antes del atardecer (con Ethan Hawke como cantante en ambos casos), y en el maravilloso uso narrativo de los silencios. Boyhood se cimenta a través de las elipsis, que hacen saltar la historia en el tiempo merced a un montaje delicado y preciso, de la misma forma que lo hacen –si se ven en conjunto– las tres obras de la trilogía, o cómo lo hacía Tape, nacida de una elipsis de años que volvía al presente cuando tres amigos del pasado coincidían en un hotel.


En Boyhood Richard Linklater atrapa y encapsula el tiempo, la vida, fotografía con delicadeza esos “momentos” que dan título a la película en nuestro país, y nos sumerge en el discurrir lento y pausado de los días, tanto en un plano histórico-sociológico (políticas, Obama, guerra de Irak, 11-S) como en el apartado familiar y personal (graduaciones, noviazgos, rupturas, mudanzas, cambios en la familia, entradas en la universidad, viajes…). Se dice que realizar cualquier actividad artística de forma que el resultado parezca simple es lo más complejo para un artista. Y es exactamente lo que consigue Linklater en Boyhood, dotar de sencillez a un proyecto complejísimo, y no vanagloriarse en el dispositivo sino dejar que discurra con total naturalidad (el final quebrado es un ejemplo claro de ese fluir, ese “la vida sigue” que parece dejar patente).

Boyhood no es otra cosa que el sello capital, la obra final (dudo mucho que se mejore a sí mismo), de un director que venía dando señales desde hace años de su potencial, experimentación y visión del cine como entidad artística. Una pieza imprescindible y emocionante filmada con la precisión de un cineasta que representa a la perfección la definición de “autor”. Una obra que habla del amor, el aprendizaje, la estructuración y desestructuración familiar (con unos trabajos destacables de Patricia Arquette –como personificación de la vejez e, incluso, alegoría de la muerte–, el siempre resolutivo Ethan Hawke y la joven Lorelei Linklater), el tiempo y, en definitiva, aquello a lo que llamamos vida. Si Antonio Gamoneda manifestó, con total acierto, que “leer es vivir dos veces”, Boyhood –o su creador Richard Linklater– lo traslada, palabra por palabra, al Cine. Con mayúsculas.

2 comentarios :

  1. Es cierto, Linklater ha logrado en este filme consolidar las ideas de sus anteriores trabajos, agregar nuevas e innovar. Un grande.

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    1. Ya se le veían puntos clave en esa filmografía anterior (el juego con el tiempo era patente en la trilogía, por ejemplo). Creo que con 'Boyhood' ha alcanzado su punto más alto. No sé si llegará a superarlo.

      Un abrazo y gracias por comentar.

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