Crítica publicada en Esencia Cine
En El corredor del laberinto, la ciencia ficción juvenil vuelve a ser caldo de cultivo para parábolas sobre la sociedad en un entorno postapocalíptico. De la misma forma que obras como Los juegos del hambre, los jóvenes se erigen como principales protagonistas en el nuevo mundo, extraño y enigmático, en el que los argumentos vuelven a ser los mismos: la supervivencia, la convivencia, los grupos y el nuevo orden social.
Es el año 2024 y Thomas despierta enjaulado en un ascensor que le lleva hasta un lugar agobiante, el Claro, un espacio abierto entre cuatro inmensos muros que cada amanecer dan paso a un laberinto cambiante y que por la noche se llena de unos monstruos, los Laceradores, cuyo propósito no termina de cuajar en la historia (intuyo que en la novela todo quedará más reforzado).
Apoyado en el escritor de la obra literaria, John Dashmer, que adapta el guión junto a Noah Oppenheim; el director Wes Ball se sirve de una acción casi constante que se empaña en numerosas ocasiones debido a los constantes golpes de efecto y sonido. El entorno claustrofóbico resulta adecuado para el desarrollo psicológico de los personajes, aunque tal vez éste queda relegado a un discreto segundo plano en favor de la espectacularidad.
Lo cuestionable llega cuando, antes de lo esperado, llega a El Claro un nuevo “envío”. Según dice la nota que porta “es el último” y la sorpresa es que es una mujer. Nunca antes había habido una mujer en el Claro hasta ese momento. Puede parecer inocente, pero tras el giro que supone la inclusión de un personaje femenino (bastante bien llevado por Kaya Scodelario, por otra parte) se puede leer un mensaje que resulta ciertamente cuestionable: la mujer como elemento discordante, como última prueba a superar.
El corredor del laberinto se adentra, por tanto, en terrenos pantanosos de los que le cuesta salir sobremanera y de los que consigue zafarse gracias a un buen rodaje y una dirección con pulso en la mayoría de las escenas de acción. Muchos de sus mensajes no se terminan de comprender (la línea narrativa de los monstruos cuelga con demasiada evidencia, la explicación del porqué están en El Claro llega muy precipitadamente…), sin embargo, Wes Ball se recrea en la acción por la acción y consigue un artefacto con cierto poder visual que engrana con el descompensado guión.
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