19 marzo 2015

'Pride', el carbón multicolor

Crítica publicada en Esencia Cine


En un momento de Pride uno de los personajes del elenco espeta, justo antes de unirse a un nuevo movimiento de lucha: “No hay nada peor que una causa perdida”. La frase, no en vano, puede resumir de forma bastante certera el espíritu de la película de Matthew Warchus, que se adentra en 1984 y narra la hermandad improvisada que surgió entre los mineros y el colectivo LGSM (Lesbianas y gays apoyan [support] a los mineros). 

Es esta una obra que, pese a todos sus clichés, se sostiene y se alza gracias a sus dos pilares básicos: el mensaje que se trasluce de ella y su excelente reparto, que consigue dotar a todos y cada uno de los personajes de un carácter y una idiosincrasia particulares. La diversidad es patente, no sólo entre las dos comunidades antagónicas, sino entre los miembros de los mismos grupos. Este es, sin duda, uno de los grandes aciertos del film: ningún personaje se identifica solo por su condición sexual ni laboral, los personajes de Matthew Warchus son, ante todo, personas que sienten, padecen, sufren, ríen e, incluso, sienten rechazo y cambian de opinión de una forma natural en el desarrollo de la película. Y bailan, como el fantástico Dominic West, cuyo número casi merece la pena toda la cinta.


El guion de Stephen Beresford y la dirección de Warchus bordean continuamente la línea que separa el musical de la comedia. E igualmente, la línea que separa esta del drama. Los personajes transitan continuamente de uno a otro con gran facilidad. De esta forma, pese a la evidencia de feel good movie que se hace patente casi en cada pliegue, Pride consigue revisitar situaciones históricas desde varios y diferentes enfoques. La situación de la familia (con el drama del protagonista más joven o el interpretado por Andrew Scott), la panorámica sobre el VIH o la situación social y laboral de los mineros en la era Thatcher son algunos de los giros argumentales sobre los que se edifica esta historia.

Pride es un canto a la lucha, a la defensa de lo que cada uno considera suyo. Una batalla por lo legítimo, por el derecho personal de ejercer como persona, sin importar de dónde, cómo, ni por qué venimos. Una pelea que se articula en torno al mensaje de que hasta esas causas perdidas se consiguen tornar en posibles si se lucha por ellas. Y pese a todo esto, la película de Warchus no olvida que tras la lucha siempre hay algo más importante, las personas. Porque, como dice otro de los personajes al final del film: “la vida es mucho más que lucha”, aunque para vivir con plena dignidad haya que luchar muchas batallas.

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