Crítica publicada en Esencia Cine
“El arte narrativo ha muerto.” La frase, en boca del artista Pier Paolo Pasolini, se repite varias veces, como un mantra a lo largo de la película que lleva como título el apellido del artista: Pasolini. Abel Ferrara, tras su polémica Welcome to New York (Estados Unidos, 2014), que es coetánea a esta, revisita los últimos días del cineasta italiano y conjetura un final para una de las figuras cuya muerte está más embarrada todavía hoy.
El cineasta estructura su guion como si fuesen dos películas que dialogan entre sí. Por un lado, la narración de los últimos días del polémico artista, al que da vida un Willem Dafoe sobrio, pero entregado a la causa, y muy creíble. Por el otro, la representación en imágenes de la última obra en la que el propio Pasolini trabajaba en el momento de su muerte; valiente el movimiento de Ferrara sin duda. La documentación se antoja primordial y se percibe el trabajo llevado a cabo en este aspecto.
Pero, si el arte narrativo ha muerto, como reitera la voz grave de Dafoe a lo largo de la película, ¿qué está haciendo Ferrara al poner en imágenes el trabajo incompleto del genio? El movimiento del cineasta es valiente, de eso no cabe duda. No todo el mundo se atrevería a “pervertir” y dar entidad propia a unas imágenes que ha imaginado una voz autoral como la de Pasolini. Pero Ferrara consigue cuestionar así las palabras del italiano, otorgando a la parte del film que se centra en esa película incompleta (la segunda de las que contiene Pasolini) un fuerte componente narrativo dentro de su película, y a la vez un levísimo elemento contextualizador sobre qué le pasaba por la mente al autor poco antes de fallecer en extrañas circunstancias. Es en el momento de su muerte en el que Ferrara se sirve también de ese arte narrativo para ofrecer su propia visión del fallecimiento, eligiendo una posibilidad entre las muchas que se han desplegado en torno al misterioso asesinato del intelectual.
Ferrara decide abandonar la profundidad de su retrato sobre el artista y su obra para focalizar exclusivamente sobre sus últimos días. La maniobra resulta, ya que de esta forma vemos la relación de Pasolini con su familia, las obsesiones que revisitaban su mente, a través de la correspondencia que mantenía a sus amigos, y sus propias angustias y revelaciones, trasladadas a su obra, de carácter marcadamente controvertido. No es, por tanto, una decisión errática, sino una elección deliberada, la que realiza Abel Ferrara. El cineasta abandona de forma consciente la precisión quirúrgica, a la que, por otro lado, sí se acerca Willem Dafoe en su interpretación, para centrarse en un momento puntual, en un estado de ánimo concreto y en una serie de circunstancias que sirven para ofrecer una visión propia de la muerte de un artista multidisciplinar (¿y de ese arte narrativo?) mediante el uso de sus mismas herramientas y el diálogo que establecen esas dos “películas espejo”.
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