06 marzo 2015

'Calvary', la caída de los ídolos

Crítica publicada en Esencia Cine


Una amenaza planea sobre cada plano de Calvary. Desde la primera escena, un sobrio plano fijo en el que John Michael McDonagh se centra en el rostro de Brendan Gleeson, Calvary da muestras del tono central de la propuesta. Durante la confesión, en la que el cura es amenazado por un vecino que permanece siempre fuera de campo, se alterna el propio dramatismo que nace de una situación tan latentemente violenta con cierto toque de humor. En el resto de la película, pese a que lo dramático termina por adquirir más peso narrativo, nunca se deja de lado la opción de aliviar la tensión mediante lo cómico. Siempre desde la negrura de las nubes que asolan a los personajes.

El cineasta irlandés vuelve a ofrecer su mirada sobre la idiosincrasia de su nación, como ya hiciese en El irlandés (2011), y lo hace situando su acción en un pequeño pueblo que responde al arquetipo de la comunidad hermética, que tanto se viene aprovechando en la televisión de los últimos años (Broadchurch, Southcliffe o ahora Fortitude, entre otras). Ese enfoque selectivo en cuanto a lo espacial le sirve para ayudarse del misterio que se genera en el espectador, que conoce a todos los personajes, de entre los que tiene que salir un “culpable”, mientras se va desarrollando la acción.


Sin embargo, Calvary no se queda en lo obvio y transgrede el género del thriller para adentrarse en una suerte de corona de espinas temáticas. Desde el papel que juega la Iglesia en la actualidad hasta la inocencia (o no) de la misma en los casos de pederastia que se han venido destapando en los últimos años. El cineasta, a través de uno de sus personajes, cuestiona el candor moral de aquellos sacerdotes que vieron y callaron, a los que ahora representa el silencioso personaje de Gleeson. Sobrio, lánguido y desapegado por todo lo que no sea su hija, que regresa al pueblo con problemas emocionales y psicológicos, el sacerdote es un hombre tranquilo que ha fracasado en su idea de crear un mundo mejor y que ahora se ve amenazado por uno de sus feligreses, que guarda un profundo rencor por un episodio del pasado del que no ha logrado recuperarse.

McDonagh dota a sus imágenes de una potencia inusual. En ciertos momentos son tan embaucadoras que el simple hecho de permanecer con los ojos fijos en ellas es suficiente para adquirir el mensaje que albergan en su interior. Es el caso del incendio, en el que las imágenes hablan de la caída (en el fuego) de los ídolos tradicionales (como el resto de la obra). O del desplome de la espiritualidad de un sacerdote que alberga en su interior las mismas dudas que sus vecinos. Un hombre que, al final, se revela como uno más de los sufrientes del mundo. 

Calvary es un elogio al equilibrio. La ponderación es constante, y se puede intuir que pretendida, entre la forma y el fondo (las imágenes se complementan con la narración incluso en los momentos en los que son más autosuficientes), entre el humor y el drama (lo que hace que forme un tándem interesantísimo con la citada El irlandés), entre lo despiadado y lo cuidadoso (en la crítica ácida y la ironía más sutil mediantes las que se desarrolla) y entre el exceso y la sobriedad a través de los que se mueve constantemente el film.

0 comentarios :

Publicar un comentario