07 marzo 2015

'Maps to the stars', la mordacidad sobre Hollywood

Crítica publicada en Esencia Cine


La repetición sobre la que se estructura el poema Libertad de Paul Eluard (Poesía y verdad, 1942) se traslada a la arquitectura de Maps to the stars, última película de David Cronenberg. El evocador poema del autor francés aparece (casi en su totalidad) deconstruido en boca de los personajes del film a lo largo del metraje. Sin embargo, parece que en lugar de “libertad”, la palabra que mejor encajaría en ese último verso del poema sería “fama”. Porque en la obra del cineasta los personajes están obsesionados con ella de tal forma que la libertad solo puede llegarles a través de decisiones drásticas en pos de conseguirla. 

La excentricidad reina en esa ciudad de Los Angeles en la que todos los patios son con vistas a Hollywood. Los egos, la mezquindad, el estrés constante que origina el trauma que supone la necesidad imperiosa de reconocimiento son los hilos en la sombra que mueven las actuaciones de los personajes. En definitiva, la más absoluta codicia. Cronenberg, consciente de ello, lo aprovecha para crear una despiadada sátira, mordaz y lapidaria en determinadas ocasiones, sobre ellos. El cineasta crea imágenes absolutas en torno a sus particulares creaciones. De esta forma nos muestra tanto al niño endiosado como a la mujer mayor a la que cada vez le queda un resquicio más pequeño dentro de su propio mundo. Y entre tanto, las drogas, la fiereza de la realidad deformada.


Porque no es el realismo lo que prima en la película de Cronenberg. De hecho, a fuerza de querer ser mordaz, la obra del director de Cosmopolis (película con la que esta guarda algunas similitudes) se convierte en excesiva y demasiado retorcida. Caricaturesca, incluso, se podría decir. El guion es cómico, y la estructuración desde los puntos de vista de dos familias permite al cineasta la focalización en un nutrido grupo de personajes, sin que, a la vez, la coralidad se desboque. Sin embargo, en ese tono excesivo que adapta la obra radica su virtud y quizás su mayor defecto. Es tan constante la muestra de barbaridades que se hacen unos a otros que, finalmente, acaba por ser poco menos que un juego de a ver quién es el personaje más antipático y repulsivo (que, por cierto, sería difícil de determinar).

Entre la maraña de lindezas y la alegoría de un Hollywood deglutido por el mundo celebrity, Julianne Moore. La actriz brilla sobre el resto, incluso sobre la propia película, con su interpretación de una mujer madura que intenta interpretar el papel al que, años atrás, dio vida su madre. La reciente ganadora del Oscar –que bien podría haber sido por esta obra, bastante más completa que la que le llevó a ganar la estatua– metaforiza la muerte de una forma de hacer, la transición de lo viejo a lo nuevo, esa constante necesidad de la actriz madura de renovarse para seguir viéndose joven para no perder su carrera. Esa necesidad de papeles propios de mujeres maduras para las mujeres maduras que se lleva tiempo reclamando por las propias actrices de su generación. 

En Maps to the stars se percibe la firma del Cronenberg más fiero y descarnado. Un cineasta que rinde cuentas desde lo grotesco y desde el humor más negro y feroz con todo aquello que conoce. Este retrato ácido de la mediocridad personal de las estrellas supone un acercamiento inédito a la comedia más oscura. Su escritura más cómica y más punzante consigue transmitir esa desazón que le producen tanto el lugar como sus inquilinos. Unos habitantes que, por cierto, terminan encontrando esa libertad por la que clamaba Eluard en el mismo sitio que el resto de los mortales. Algo que tal vez sea la mejor metáfora (sin serlo) de todas.

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