Crítica publicada en Esencia Cine
“En el cine tradicional el villano es derrotado y ganan los buenos. No puedo garantizar que sea así en la película que están a punto de ver.” Las palabras son, ni más ni menos, que de Ronald Reagan y son las que abren este film de Gabe Polsky, que en un alarde de ingenio y montaje cerrará Red Army con el presidente ruso actual, Vladimir Putin. Pero… ¿y aquí, quién es el villano y quién el bueno? Quizás esta contraposición sea la definición más significativa del documental que ha realizado el cineasta ruso sobre el equipo de hockey del ejército rojo. Constantemente, la obra pone sobre la mesa esas diferencias irreconciliables, que a menudo no lo son tanto; ni irreconciliables, ni siquiera diferencias.
Centrado en la figura de Viacheslav Fetisov, defensa y baluarte de aquel equipo de ensueño que dominó el deporte del hielo sobre todos sus adversarios. Las entrevistas que realiza Polsky con el jugador vertebran y dan sentido a una narración que utiliza el deporte para transcenderlo y dar un paso más allá. Durante todo su metraje Red Army avanza en dos vías: los éxitos y la carrera deportiva de ese ejército rojo, y la propaganda y cambios políticos en la URSS; en definitiva, su historia.
No obstante, y pese a lo que podría haber sido, Red Army se constituye como una narración ecuánime, y en esa virtud reside el mayor de sus aciertos. En ningún momento se sobrepone ninguna forma de concebir el mundo por encima de la otra. Tal vez tenga mucho que ver en esto el origen del director: criado en los Estados Unidos pero hijo de soviéticos. Polsky se encarga, a través de un fabuloso trabajo de montaje y guión, de contraponer visiones sin dogmatizar ninguna de ellas sobre la otra. A veces se percibe cierta nostalgia de los soviets en el mensaje que dan sus interlocutores; otras, en cambio, una dura crítica sin paliativos al sistema soviético. Lo mismo ocurre con el sistema capitalista estadounidense.
El trabajo de montaje de Red Army es su columna vertebral. En él radica la posibilidad de que cualquier persona, incluso una que no esté habituada al hockey (o que ni siquiera le interese lo más mínimo) entre en la película igual de fascinada que una que sí. El ritmo trepidante que consigue, merced a un exceso de espectacularidad (música, posproducción, etc.), hace del visionado de la película una experiencia. Además, la manera de entrelazar imágenes de archivo (jugadas, entrenamientos, imágenes televisivas, etc.) con entrevistas a los propios jugadores o periodistas de la época contribuye a que las dos vías, tanto la visión deportiva como la política, avancen a un ritmo similar sin que ninguna se quede rezagada en el metraje.
Por otra parte, Polsky decide incluir fragmentos de las entrevistas que en la mayoría de filmes documentales serían desechados. Inteligentísimo movimiento. Esos fragmentos en los que Fetisov (ahora político ruso, llegó a ser Ministro de Deportes) habla por teléfono o de una forma desenfadada con el director (incluso lanzándole una amistosa peineta) acercan la figura protagonista de una forma completamente distinta y distancia la obra de la hagiografía que sí parece existir, en cierto modo, en otros momentos de la obra.
Red Army posee dos capas: una más superficial y otra arraigada en el núcleo, que precisa una lectura algo más profunda, aunque tampoco demasiado. La primera narra la evolución deportiva de un equipo inigualable, de unos jugadores que empezaron siendo ídolos y acabaron siendo piezas de ajedrez en el tablero político (sus incursiones en las ligas estadounidenses fomentadas en muchas ocasiones por los gobiernos soviéticos así lo demuestran). La segunda, en cambio, se centra en el enfrentamiento latente entre la URSS y Estados Unidos, que subyacía en el hockey, pero que se trasladaba desde una perspectiva mucho más global. Y a su intrínseca evolución como países enfrentados. En el medio de las dos vertientes, la metáfora, el símbolo, la caída del equipo de ensueño ilustrando la caída del gigante rojo. Tal vez la imagen más ilustrativa de esto sea el regreso de Fetisov y alguno de sus compañeros desde los Estados Unidos a Moscú tras el desmantelamiento de la URSS. La triste constatación de la sinfonía de los soviets como música del pasado.
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