Crítica publicada en Esencia Cine
El silencio y las miradas duelen y desasosiegan en Fuerza mayor. Incluso los hipnóticos acordes del Russian Bayan de Catherine Michael, que resuenan en los puntos climáticos del film, se clavan como punzones. Ruben Östlund narra la historia de una familia burguesa que acude a pasar unas vacaciones en los Alpes franceses. Todo marcha a la perfección hasta que ven acercarse una avalancha hacia el restaurante donde comen. Cuando la mujer llama a su marido para que ayude a sacar a sus hijos de allí, éste, preso del pánico, se ha marchado. Después se descubrirá que todo estaba bajo control, pero algo habrá cambiado en el núcleo de esa familia (las imágenes en el espejo, mientras se lavan los dientes, lo ejemplifican: en la primera están todos juntos, en la última aparece solo el hombre).
Östlund adopta la mirada externa como forma de acercarse a sus personajes y a la historia que atraviesan. Por momentos, el cineasta parece situar la cámara en los ojos de ese conserje que mira las disputas del matrimonio en el pasillo del hotel. Como si, incluso, esa condición de observador externo lo convirtiese en la representación del autor en la obra (impagable el momento en el que los personajes le piden intimidad para continuar su discusión). El patetismo del ser humano se instituye como uno de los puntos centrales en todo momento en el cuarto largometraje del director sueco (tras Play [2011], Involuntario [2008] y Gittarmongot [2004], que supuso su debut). Los intentos del padre por recuperar su posición en la familia y la confianza de su mujer tras el incidente cabalgan entre lo cómico y lo dramático, además de asestar un certero revés sarcástico al patriarcado social que continúa “dominando” hoy en día muchas sociedades.
Con un trabajo cuidadísimo en la fotografía, gracias a la perfecta simbiosis entre los encuadres y la iluminación que consiguen Fredrik Wenzel y Fred Arne Wergeland, Turist desliza temas como el cuestionamiento de la familia, el individualismo, la decepción e incluso los instintos más primarios. El exquisito tratamiento de la imagen nos deja encuadres para guardar de por vida. Pero no sólo de imágenes y del gusto visual vive Turist. Los interludios en los que el director muestra el trabajo rutinario de la pista (máquinas preparando la nieve, termómetros, elevadores, etc., mientras resuena el Verano de Las cuatro estaciones de Vivaldi) chocan frontalmente con aquellas secuencias en las que el diálogo (buena parte del mismo sin palabras) toma el protagonismo de la obra.
Los cinco días a través de los que se estructura el guion de Östlund vertebran las dudas de la protagonista (gran trabajo interpretativo de Lisa Loven Kongsli) y se alimentan del cinismo, el sarcasmo y la ironía. Turist siempre dispone de una salida rápida del excesivo dramatismo que se intuye en alguna de sus situaciones, ya sea a través del humor (la escena del drone, por ejemplo) o de los numerosos giros repentinos que desvían continuamente la perspectiva del espectador y descolocan su mirada (conversaciones que se cruzan, reacciones inesperadas o secundarios que cobran mucho –y muy sutil– protagonismo).
Force majeure reabre, una vez más (aunque es autosuficiente para volverlo a cerrar), el debate entre forma y fondo. Durante algunos lapsos del metraje se puede “acusar” al cineasta de anteponer la forma sobre el contenido (las secuencias de la discoteca, entre otras), pero la realidad, pese a que pueda existir un cierto gusto por el formalismo, es que el autor nunca descuida lo narrativo, que permanece siempre como la clave de avance del film. La reunión de elementos visuales y narrativos no hace más que beneficiar el desarrollo de la obra de forma equilibrada. El choque de la imagen y las palabras se convierte en un intachable abrazo. Por su parte, Östlund consigue mediante la dirección de actores que ese equilibrio, tanto entre forma y fondo, como en la hibridación de géneros, se refleje también a través de sus interpretaciones. Los actores siempre mantienen la expresión gestual en un punto clave para mostrar el patetismo sin que el resultado sea desmesuradamente patético.
Así, entre dudas y certezas, avanza Turist hacia el quinto y último día de esquí en ese ambiente inhóspito, alpino, frío y gris, que simboliza las complejas e incómodas situaciones que vive el matrimonio protagonista, y que se puede hacer extensible a la realidad actual de la familia y a su propio –y controvertido– cuestionamiento en la escena final, que deja abierto el interrogante de forma totalmente consciente. Y si además de todo esto, Ruben Östlund resuena en ciertos momentos a figuras como Lars von Trier o Stanley Kubrick (sobre todo en los usos de la música y la atmósfera), podemos aupar Fuerza mayor como una película que guardar bajo paño.