Crítica publicada en Esencia Cine
En una secuencia de Mientras seamos jóvenes, Noah Baumbach define a la perfección la egolatría de las nuevas generaciones con una decisión inteligentísima. El protagonista de la acción es Adam Driver, que interpreta a un joven director de documentales que se acerca a Ben Stiller, cineasta de la generación anterior, para “aprender” de él. Mientras rueda una entrevista, en la que el personaje de Stiller ejerce de operador de cámara, el zoom de la cámara comienza a moverse lentamente cerrando el plano sobre su rostro. Stiller se sorprende: él no está tocando el control de zoom. En ese preciso instante, se da cuenta de que es el propio Driver, que con un pequeño mando a distancia está cerrando el plano sobre su cara para crear una tensión y un dramatismo extra a la historia personal que vertebra la escena dentro de la escena. El movimiento de Baumbach demuestra la inteligencia y la sutilidad con la que dirige el resto de la película, en la que analiza desde la comedia el paso a la madurez, la egolatría de las generaciones venideras (perfectamente resumida en esta escena) y los límites éticos del cine documental, por los que se desliza con brío y elegancia sin llegar a ahondar de forma pedante. Todo queda recogido en ese movimiento de zoom que el personaje de Driver realiza en el momento preciso de su humilde creación con grandes pretensiones.
Ya en Frances Ha (Estados Unidos, 2013), Baumbach se acercaba a los terrenos limítrofes entre un estadio generacional y el siguiente. Si allí la protagonista era una Greta Gerwig que tenía que lidiar con su entrada a la edad adulta y la toma de decisiones; aquí hace lo propio la pareja formada por Ben Stiller y Naomi Watts –bastante más entrados en años que Mrs. Halladay– cuando empieza a ver cómo sus amigos comienzan a formar familias mientras ellos anhelan un rato más de “juventud” antes de adentrarse en la denominada mediana edad. Bajo este argumento tan sencillo late, como no podía ser de otra forma, el conflicto entre generaciones. El matrimonio trata de acercarse a otro joven matrimonio, el que forman Adam Driver y Amanda Seyfried, con costumbres distintas a las suyas y con una visión del mundo radicalmente opuesta en los puntos cardinales del mismo. En este sentido, el cineasta muestra un divertido contraste entre ambas parejas y cómo la moda hipster de “lo vintage” y “lo retro” ha convertido en tendencia actividades que habían quedado desterradas hace un tiempo (la pareja joven ve un VHS mientras la mayor sintoniza Netflix en una Smart TV, Ben Stiller acude al gimnasio mientras Adam Driver juega al baloncesto en la calle en plan años ochenta, o el primero escribe en un Mac mientras que el segundo lo hace envuelto en el ruido ensordecedor de la máquina de escribir).
Más allá de este acercamiento al choque, el director sitúa su mirada sobre los límites éticos del cine y del documental, algo que hace extensible a la propia vida. Para ello se sirve de las dudosas prácticas del personaje de Adam Driver, Jamie, a la hora de rodar su documental y abusar de la buena fe y la ayuda de Josh para conseguir un éxito que a este le parece totalmente ficticio y alejado de la verdad. Baumbach pone en boca de uno de los secundarios, el padre de Cornelia (Naomi Watts), documentalista de una generación anterior a la de Josh, un discurso que podría resumir la esencia del cine documental –al menos del de su generación– y que se podría confundir con la clase de uno de esos profesores de universidad de la vieja escuela sobre la búsqueda de la verdad a través de una cámara (que, por otro lado, para más enfrentamiento, Jamie persigue a través de la filmación de todo lo que ocurre con una GoPro). Ese choque generacional está presente durante todo el film, que desnuda en muchas ocasiones nuestra propia condición estúpida y se ríe a costa de pequeños detalles que muchos reconocerán como situaciones más o menos cotidianas.
Poco a poco, en cambio, parece que hay un mensaje que cala en el film a cuentagotas. Una especie de alegato por lo “antiguo”. Conviene recordar que el propio Baumbach se acerca más a la generación que representa Ben Stiller que a la de Adam Driver, por lo que parece concluir: “antes carcamal anticuado y del montón que hipster moderno y ególatra”.
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