18 septiembre 2015

'El corredor del laberinto: Las pruebas', la Quemadura baldía

Crítica publicada en Esencia Cine


Lejos queda ya El Claro para los protagonistas de El corredor del laberinto: Las pruebas al inicio de la misma. Tras su abrupta salida de aquel espacio y el descubrimiento de que solo eran “carne de experimento”, los clarianos comienzan esta secuela llegando a una base en medio de La Quemadura. Lo que les espera allí no es mucho más alentador, pero será entonces cuando empiecen a vislumbrar los planes que la todopoderosa corporación CRUEL les tiene reservados.

Wes Ball se vuelve a apoyar en un reparto televisivo icónico, un atractivo más para el público joven, proveniente de la ficción de la pequeña pantalla de más renombre entre ese nicho. Están los mismos protagonistas que en la primera entrega: al Dylan O’Brien que vimos en Teen Wolf (MTV, 2011-?) le sigue acompañando el mismo séquito. A Kaya Scodelario (Skins; E4, 2007-2014) y Thomas Brodie-Sangster (Juego de tronos; HBO, 2011-?), que ya aparecieron en la anterior, se unen ahora Giancarlo Esposito (Breaking Bad; AMC, 2008-2014) y los dos actores de Juego de tronos Nathalie Emmanuel y Aidan Gillen. Un reparto que, sin duda, conquistará a los amantes de las series de televisión y al público más juvenil. 

Más allá de este condicionante, El corredor del laberinto: Las pruebas abandona la presión del espacio único para sumergirse en otro tipo de amenaza, la de La Quemadura, el desierto al que ha quedado reducida la gran ciudad tras la epidemia. Un vasto terreno por el que vagan los infectados, cuál zombis, en busca de personas sanas de las que nutrirse. La metáfora recuerda vagamente a La Tierra Baldía, el poema de T. S. Elliot, y a sus seres ni vivos ni muertos que vagan por lo que queda del mundo: “nunca hubiera yo creído que fueran tantos a los que la muerte se llevara”. La devastación del mundo exterior es total y para mostrarla, el director se sirve de un interesante diseño de producción que se recrea en las ruinas y los parajes angostos que ha “creado” el desierto.


Sin embargo, detrás del aparataje técnico, el guión esconde algunos problemas que conseguía evitar la primera entrega. Principalmente, la necesidad de sorprender casi a cada segundo, imprimiendo un ritmo tan vertiginoso que el espectador no puede reposar un giro cuando la historia ya está inmersa en el siguiente. Las traiciones se suceden, los cambios de parecer asolan a los protagonistas, la fractura se instaura en el centro de un grupo que camina, más bien huye desesperado, en busca de una respuesta. No obstante, entre giros y vaivenes, la historia escrita por T. S. Nowlin a partir de las novelas de James Dashner se permite introducir ciertas reflexiones, aunque muy superficiales, tanto sobre la resistencia, con un interesante punto de vista que por momentos rememora la lucha palestina, como sobre la ética biosanitaria, en torno a la que prácticamente gira toda la saga en lo más profundo de su esencia. 

Y así, a golpe de giro y cambio, la saga ha llegado al final de su segunda entrega. Sólo queda una, The Death Cure se espera para 2017. Y el cierre de esta The Scorch Trials ya ha establecido los bandos para esa batalla final.

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