11 septiembre 2015

'Los exiliados románticos', el viaje a cualquier parte

Crítica publicada en Esencia Cine


La voz y las letras de Miren Iza y el estilo en la dirección de Jonás Trueba viven una perfecta simbiosis en Los exiliados románticos. Como si retratase a los personajes de la película, la voz de Tulsa repite una y otra vez, como un mantra, a lo largo del film los primeros versos de su Oda al amor efímero: “Podría pasarme la vida lamiéndome las heridas y aún no cicatrizarían”. La frase de la cantante de Hondarribia ahonda mucho más profundo de lo que parece a primera vista y puede incluso llegar a definir a esa generación, en constante búsqueda de ese amor efímero, fugaz, pero en cambio imperecedero, que habita la película del director madrileño.

Porque Los exiliados románticos es una obra habitable. Jonás Trueba vuelve a ofrecer su propia concepción del cine a través de tres personajes que encarnan esa edad intermedia, ese momento en el que hemos de traspasar la línea que separa la juventud de la madurez. “¿Sabes por qué no quiero terminar la tesis? Porque eso supondría empezar a tomar decisiones”, confiesa en un momento de la película el personaje de Luis E. Parés. Si no es retrato generacional, la frase sí tiene una pizca de representación de un sentir más común de lo que podría creerse.


Durante todo el film, la metáfora es evidente: el fin del verano como fin de esa edad en la que todo es posible, ese periodo en el que la toma de decisiones es una cosa destinada al yo del futuro. Por eso, tal vez, las múltiples referencias a ese final del verano desembocan en ese baño final tan significativo tras su apariencia de banalidad. Porque, en ese caso, no sería otra cosa que la filmación de cinco jóvenes tratando de aferrarse con uñas y dientes a algo tan intangible que se les escapa entre los dedos como arena, y llevando a cabo una especie de purificación final para enfrentarse a lo nuevo, lo que está por venir, el futuro.

La generación que retrata Jonás Trueba, la suya, es torpe a la hora de relacionarse, como muestran los tres encuentros a través de los que se estructura el film. El director trata de recoger una última mirada hacia el pasado antes de dar el paso definitivo hacia delante (algo que simboliza muy bien el personaje de Vito Sanz tras su errática conversación con una mujer de su pasado). Los exiliados románticos transcurre, por lo tanto, en la carretera de sentido único que une la juventud con el principio de la madurez, el calor con los primeros días del otoño. El film de Trueba es un elogio del verano, de la naturaleza y del viaje como terapia, como autoconocimiento.


De la misma forma que en sus anteriores obras, sobre todo en Los ilusos (2013), el cineasta no esconde sus referentes, sino que los incorpora con toda naturalidad a su estilo propio. Se puede identificar la película como una cinta de esencia rohmeriana (el verano, la presencia de la naturaleza, los incesantes diálogos, etc.), pero también es innegable que lleva el sello propio y la personalidad del director que debutara en 2010 con Todas las canciones hablan de mí.

Vertebrada por la voz de Miren Iza, que termina por tomar un importante rol en el film (canción conjunta mediante), Los exiliados románticos establece un constante juego entre la realidad y la ficción. “Quiero declarar la guerra a la realidad”, resuena, precisamente, en uno de sus versos de la canción Los ilusos (todo parece estar interconectado). Así, esta historia improvisada sobre la marcha, seguramente más planificada en su ejecución de lo que parece, camina con la ligereza del que no tiene prisa, ni casi ganas de llegar. Con el brío del que descubre en cada paso un camino. Lo importante es viajar, aunque la meta no sea ninguna y a la vez sea cualquiera. Porque, al final, el destino, el otoño y la adultez, como Ítaca, acaban por ser lo de menos.

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