18 septiembre 2015

'La cabeza alta', los enfants de la Patrie

Crítica publicada en Esencia Cine


Solo desde el chovinismo se entiende que La cabeza alta (La tête haute, Emmanuelle Bercot, Francia, 2015) inaugurase el pasado festival de Cannes. Y no porque sea una película horrible, sino por la seguridad de que tampoco es merecedora del honor de estar en un evento de tales características en detrimento de otras propuestas que no lo alcanzarían por tener esta su hueco ocupado.

Un prólogo en el que cautiva la puesta en escena, que anuncia quién va a ser el único protagonista del film de principio a fin, el niño, a través de primeros planos y de una focalización absoluta gracias a la colocación de la cámara a la altura de sus ojos, da paso a un salto temporal a través del que lo vemos diez años después, con quince, y delinquiendo por las calles de la banlieue junto a su madre (una Sara Forestier a la que su papel no le termina de ayudar).


Sin embargo, esa primera secuencia termina por ser un espejismo y Bercot nos adentra en la historia de un chico problemático –una de tantas– al que el sistema y su entorno tratan de “absorber” con el fin de que no se pierda en su propia situación desfavorable. La creación de Rod Paradot como protagonista es una sorpresa, y entre gritos y violencia, consigue que se le intuyan ciertos pliegues a su personaje. Por momentos se viene a la cabeza el personaje construido por Antoine-Olivier Pilon en Mommy (Xavier Dolan, Canadá, 2014). Todo ello a pesar de un guión demasiado bienintencionado, con una estructura excesivamente reiterativa –las constantes visitas a la jueza, Catherine Deneuve, se hacen cargantes– y saturado de giros perfectamente previsibles en forma de accidentes, embarazos, cárcel o la clásica relación entre funcionario y “alumno descarriado”.

La impostura en algunas decisiones y en varias líneas de guión de determinados personajes hace que la historia pierda fuerza y se diluya entre golpes, gritos y reacciones violentas que, como no podía ser de otra manera, solo consigue alejar la aparición de una chica. Y entonces, otro destello fugaz, otro tic de puesta en escena que demuestra que detrás de la dirección plana que maneja el grueso del metraje existe una firma. En mitad del film, Emmanuelle Bercot decide mostrar la primera señal de relajación alcanzada por el chico, como un clímax silencioso, con un simple gesto, un plano cerrado al puño que pasa lentamente de estar apretado a estar totalmente abierto. Junto al prólogo citado anteriormente, los dos únicos bosquejos de supuesta autoría del film.

Y entre tanto vuelve a ondear la bandera tricolor en el Palacio de Justicia. Francia siempre gana. Aun entre gritos, llantos y patadas, se agitan los vientos de la liberté, egalité et fraternité. Qué vivan los enfants de la Patrie

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