04 junio 2015

'Misericordia', el departamento de resonancias

Crítica publicada en Esencia Cine


El prólogo de Misericordia (Los casos del departamento Q) remite en todas sus aristas a la serie True Detective. Por suerte, pasada la presentación, la película abandona las fábricas a la orilla de una especie de estuario, la representación casi ritual del asesinato, etc., y comienza a transcurrir por su propio camino, aunque nunca termine de abandonar cierto halo similar al que gobernó la fantástica primera temporada de la serie de HBO. El montaje en dos tiempos, pasado y presente, es uno de los vestigios que siempre queda de esa similitud, aderezada con la factura, más de televisión de calidad que de cine en muchas ocasiones.

Cuando es relegado al departamento Q, en el que se encuentra con su nuevo compañero, Assad, Carl intuye que ese lugar, en el que sólo debería cerrar y archivar casos antiguos, podría ser el de su resurrección como investigador. De esta forma, se lanza a rastrear el caso de una joven que desapareció y a la que se dio por muerta gracias a una pista que indica que podría no estarlo. 


Con el caso abierto, Misericordia se convierte en una especie de compendio de referencias pasado por el filtro de los autores. Así, la memoria nos trae obras recientes como la serie citada True Detective, o las parecidas Memories of murder (Bong Joon-ho, Corea del Sur, 2003), Zodiac (David Fincher, Estados Unidos, 2007) y La isla mínima (Alberto Rodríguez, España, 2014). El conjunto de estas tres obras en la caja de resonancias de Misericordia puede dar una idea del tono general que plantea la película danesa, que sin embargo alberga el sello de su director en la creación de la atmósfera a través del uso de las estridencias del sonido y la iluminación contrastada de “verdeoscuros”. 

Poco a poco, la historia se desarrolla en el presente y el pasado, en dos líneas paralelas que tienden, efectivamente, a confluir en el punto de resolución. Sin embargo, en ese instante es donde reside el punto débil de la propuesta. La brusquedad con la que llega el giro final, forzadísimo para integrarse en la estructura del guión, así como la elección de rodarlo con unos ralentís y una estilización de la imagen excesiva, no casan con un film que hasta el momento se había caracterizado por una cierta sobriedad en sus elecciones de puesta en escena, así como por crear la incertidumbre a través de la atmósfera, sin alardes de dirección ni un sobreabuso del estilo. 

Misericordia es un neo-noir nórdico de factura ciertamente televisiva, con imágenes potentes y un guión que solo falla en su recta final. El problema es que el fallo pueda ser definitivo. Y para contrarrestarlo, Mikkel Norgard divide su capital entre la ficha de sus protagonistas y la química contrariada que se establece entre ellos y la de la atmósfera absorbente del thriller que plantea.

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