Crítica publicada en Esencia Cine
Para un cineasta debe de ser un lujo mirar más allá de la cámara y ver dos rostros como los de Michael Sheen y Carey Mulligan. Quizás por eso Thomas Vinterberg edifica buena parte de la narrativa de sus imágenes sobre los primeros planos que devuelven sus miradas. Sería dispararse en el pie no aprovechar semejante ventaja. En Lejos del mundanal ruido, el cineasta danés adapta una novela de Thomas Hardy e impregna la imagen (y los rostros de Sheen y Mullligan) de claroscuros, brillos y contraluces gracias al reflectante trabajo fotográfico de Charlotte Bruus Christensen.
Carey Mulligan es una especie de Bovary, una mujer libre que trata de desenvolverse en un mundo de hombres que sólo la conciben prisionera de su condición. Durante el primer tercio de la película, esa es la premisa principal, y muy interesante, de la obra. Quizás por eso una de las frases que resuenen de esa primera parte del film sea la que ella misma repite en varias ocasiones: “Soy demasiado independiente para ti”. Esa es la razón por la que sorprende aún más el devenir del personaje en la segunda mitad. El personaje de Mulligan pasa de ser una suerte de libertaria, una amazona que cabalga sobre las colinas a lomos de un caballo pardo y robusto al que domina (¿qué mayor imagen de libertad e independencia que esa para la época en la que se sitúa la obra?), a convertirse en una mujer dominada y cautiva de sus propias decisiones.
No obstante, Vinterberg se deja llevar en la segunda mitad por el vaivén de amoríos y desamores y por un carrusel de giros que no siempre resulta tan agradecido. A partir del pivote central la propuesta se abandona a los tonos más leves del melodrama y a la fatalidad del drama romántico en el que se enmarca desde ese momento. Sin embargo, sería injusto negarle los méritos cinematográficos al cineasta danés. El autor de obras como Submarino (2010) o la más reciente La caza (2012) deja un pequeño sello de identidad en el uso de breves zooms de acercamiento subjetivo a las caras de sus protagonistas, en la adaptación de la altura de cámara a la mirada de su protagonista femenina en ocasiones puntuales y, sobre todo, en la secuencia del acantilado, rodada con una vigorosidad poética muy destacable.
No obstante, la mayor potencia de este drama reside, como se dijo con anterioridad, en la propia fibra de las miradas de la pareja que conforman Carey Mulligan y Michael Sheen. Y, consciente de la torpeza que hubiera supuesto no explotar esa condición, Vinterberg hace de ello su mayor virtud.
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