26 junio 2015

'La profesora de parvulario', la seducción de las mentes

Crítica publicada en Esencia Cine


Como si quisiese recordar que el espectador se enfrenta a un relato construido, Nadav Lapid evidencia el dispositivo ficcional desde el primer plano, en el que uno de los protagonistas se gira y en el movimiento golpea bruscamente la cámara, que se tambalea y vibra con cierta vehemencia. No es la única vez que lo hace, en La profesora de parvulario hay constantes miradas a cámara e interacciones con el objetivo (los niños la tocan, se sitúan pegados a ella, la mueven y la miran con curiosidad, etc.). Ese juego de evidenciar el dispositivo es una constante en el film de Lapid, que además ejecuta una serie de técnicas a través de las que edifica la mirada hacia el film. El desenfoque selectivo, el punto de vista o el primer plano cerrado con el que filma los rostros están encaminados, siempre, a radiografiar con ojos curiosos la obsesión de la protagonista cuando descubre la sensibilidad de la poesía en uno de sus alumnos de la guardería, de cinco años.

Con un guión incisivo por momentos, aunque demasiado dubitativo en otras ocasiones, Nadav Lapid se introduce en el pequeño espacio vacío que queda entre los dos personajes centrales para, desde ahí, ofrecer una mirada sobre el diálogo que ambos mantienen. De esta forma, The Kindergarten Teacher se detiene a reflexionar sobre el valor que tiene el arte (la poesía) y la belleza en la sociedad actual, y sobre el efecto (ya positivo, ya negativo) que ejerce sobre los que lo miramos y/o practicamos. Quizás por eso la cámara guiada por Shai Goldman parezca alternar los puntos de vista. Tal vez, por lo mismo, parezca vulnerable y reciba golpes y empujones. Podría ser que los estuviese recibiendo ese mismo arte que se sitúa entre los dos protagonistas.


Sin embargo, La profesora de parvulario, pese a tener en el punto de mira el objetivo, no termina de disparar. Si la primera parte del film sí funciona como una especie de análisis o reflexión sobre el valor del arte y la belleza y la posición que puede llegar a ostentar en el escalafón social de un país con poca o ninguna relación política con el mismo; el último tramo se deja llevar por una suerte de thriller obsesivo que abandona la pausada reflexión que parecía querer cimentar el cineasta. Así, de forma deslavazada, como uno de los versos libres que compone el pequeño Yoav, se apresura hacia un final que transcurre entre lo convencional y el sello autoral del director.

Haganenet (título original israelí) se puede articular como una mirada personal hacia un amour fou poco o nada probable. Pero ¿acaso no son fruto de un enamoramiento furtivo esas miradas que lanza Nira al joven Yoav mientras este camina de un lado a otro recitando sus poemas? ¿No delatan cierto amor, e incluso un subversivo componente erótico, las imágenes en las que ella se sitúa a la altura de él y lo lava, peina y adecenta con cariño y mimo?

“Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia […] Yo hago el amor con las mentes”, decía aquel personaje vehemente en Martín Hache (Adolfo Aristarain, Argentina, 1997). ¿Y no es la mente el espacio perfecto para establecer el hogar de la belleza?

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