Bajo la carretera de Nebraska late como motor de la historia el amor que un hijo siente hacia su anciano padre. Alexander Payne recicla el género de la road movie con el viaje de ambos a Lincoln en busca de un premio que nunca ha existido. El boleto que recibe Woody Grant, en el que se le comunica que es ganador de un millón de dólares, no es más que una incómoda publicidad; sin embargo, él se encamina varias veces hacia el lugar de cobro, hasta que por fin su hijo se decide a acompañarlo.
A través de esa excursión, el cineasta realiza una radiografía de la América profunda, de la vejez y de la evolución que experimenta la relación paterno-filial con el paso del tiempo. Porque, aunque el guion hace que la película se desarrolle en una línea cronológica, similar a esa carretera, en la que las visiones al pasado son meramente discursivas, el paso del tiempo está muy presente durante toda la cinta. Está representado de la forma más evidente en la ancianidad de un Bruce Dern inmenso, al que acompaña una no menos brillante June Squibb, pero también en los cambios que experimenta la ciudad y en el descubrimiento del pasado por parte del hijo.
El viaje, una especie de odisea familiar, gana varios enteros cuando se suman a él la madre y el otro hermano, interpretado por Bob Odenkirk. El encuentro familiar en el pueblo, esa vuelta a lo rural, supone una vuelta a la infancia y la adolescencia (el personaje de June Squibb no hace más que recordar sus días de juventud), pero pronto, cuando las conversaciones saquen a flote el dinero del supuesto premio, se tornará en un cúmulo de reproches y rencillas del pasado con familiares y amigos.
No obstante, el viaje que verdaderamente engancha, e incluso sobrecoge, es el viaje interior del propio Woody, representado por un Dern que en una sola mueca puede albergar toda una amalgama de sentimientos. Nebraska, y tanto su director como su guionista, tiene una virtud: sacar una sonrisa dentro de una historia que, si bien no es excesivamente dramática, no es tampoco para reír. Y lo hace de una forma natural, sin artificios, buceando en unos diálogos que a veces llegan a ser inexistentes (el propio Bruce Dern da una lección de contención), y en la colocación estratégica de situaciones que rozan el absurdo (la dentadura, los primos) de una forma que se hace creíble.
Destacable también el trabajo fotográfico, a cargo de Phedon Papamichael, que en un blanco y negro pulcro, adopta códigos propios de la fotografía de la road movie, mostrando grandes paisajes atravesados siempre por la carretera, carteles de bares y gasolineras, pero que, además, incorpora elementos de otros tipos de fotografía que enriquecen el aspecto visual de la cinta.
Pese a todo, si algo prima por encima del resto en Nebraska son unos personajes que se mueven, que tienen inquietudes y padecen; unos seres humanos que ven Ítaca en lo más profundo de la América rural, y que, acompañados por una gran banda sonora, suave y melodiosa, se acercan al final. Un inevitable final que es perfectamente metaforizado en la última secuencia de la película, que huele, sabe y tiene el tacto de una despedida sutil e incluso de una victoria de la dignidad.
Ficha técnica
Título original: Nebraska.
Dirección: Alexander Payne. Guion: Bob
Nelson. Fotografía: Phedon
Papamichael. Música: Mark Orton. Interpretación: Bruce Dern, Will Forte,
June Squibb, Stacy Keach, Bob Odenkirk, Missy Doty, Kevin Kunkel, Angela
McEwan, Melinda Simonsen. País: Estados
Unidos. Estreno: 7 de febrero de 2014. Distribución: Vértigo Films. Duración: 115 minutos. Género: Drama, road movie.
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