Crítica publicada en Esencia Cine.
En el clímax de Her la pantalla se oscurece hasta quedar absolutamente en negro. Sólo se escuchan, entonces, las voces de Theodore y Samantha haciendo el amor. La atmósfera sonora y de los sentidos cobra total relevancia relegando lo visual a un segundo plano, exactamente igual que en la relación que mantienen ambos, persona y sistema operativo. Minutos antes, él tiene otra relación por chat, esta vez con una mujer real, sin que se atenúe la imagen. La relación real resulta mucho menos satisfactoria; ella llega al orgasmo, él no, al contrario que ocurre con Samantha. A través de esta analogía Spike Jonze lanza uno de los grandes temas de su película: la incapacidad de relacionarse del ser humano.
El cineasta se sirve en Her de la fantasía propia de la ciencia ficción para contar una historia universal: la de una relación que nace, se consolida y sufre los vaivenes propios de su naturaleza. Theodore es un hombre solitario que trabaja como escritor de cartas por encargo. Su facilidad para la palabra y su don poético le llevan a escribir las mejores cartas de la oficina. Sin embargo, en el aspecto personal, es un hombre en constante contraluz. Su vida sentimental es nula tras la ruptura con su mujer Catherine. Desde esa inflexión Theodore gasta los días en trabajar, pasear y escuchar canciones melancólicas.
Todo cambiará cuando adquiera un sistema operativo basado en un modelo de inteligencia artificial muy avanzado. Lo que en principio parecía destinado a ser una relación encarada a la mera resolución de necesidades acaba por convertirse en algo incontrolable. Theodore se enamora de Samantha, la voz que está al otro lado, y ella, gracias a la relación, se descubre a sí misma a través del amor y avanza mucho más allá de su programación.
A través de un guion sólido que acelera o reduce el ritmo según lo necesite la historia, el cineasta indaga en la amalgama de relaciones humanas a través del vínculo que se establece entre Theodore y Samantha (deslumbrante trabajo de Scarlett Johansson que, sólo con su voz, derrocha sensualidad y da vida al personaje). Sin embargo, no hay que equivocarse, en Her Jonze no ensaya las posibilidades de la robótica, la inteligencia artificial, ni nada parecido. El director nos adentra en su particular visión del amor al ritmo de Arcade Fire. La relación que dibuja no es otra cosa que una relación estándar. Poco o nada importa que uno de los componentes sea un sistema operativo, la analogía con lo normal es absoluta. Los celos, malos entendidos, reproches, pero también el cariño, las sonrisas y la sensación de lividez fruto del enamoramiento, se dejan ver en el rostro de Joaquin Phoenix –un lienzo para Jonze– igual que lo harían en cualquier persona.
El trabajo de los actores es verdaderamente lúcido. Phoenix completa un papel repleto de matices. Es un hombre que duda de sí mismo, de los demás, del propio mundo que le rodea; un protagonista ámbar que sufre y se topa con la calma que necesita en quien menos lo espera: Samantha. Por su parte, el personaje femenino resulta desbordante. Scarlett Johansson completa uno de sus mejores trabajos sin ni siquiera aparecer en pantalla. La vitalidad y la alegría que desprende su voz dotan a Samantha de un carácter propio, y el cambio de registro, cuando el guion lo exige, no hace nada más que confirmar el desarrollo que experimenta el personaje y el gran trabajo de la actriz.
Los dos actores consiguen la química para que el espectador entre de lleno, sin cuestionarse nada, en la improbable relación entre un hombre cuya vida es demasiado mecánica y un sistema operativo que parece tener mucha más vitalidad que el total de los mortales. Un lujo que se completa con una secundaria como Amy Adams, camaleónica una vez más, interpretando a la única amiga de Theodore, a la postre otra perdedora como él. La pareja nos regala uno de los mejores planos finales del cine de los últimos tiempos.
Spike Jonze completa, en el primer trabajo que firma íntegramente, una historia que no deja nunca de lanzar preguntas. El guion reflexiona sobre la torpeza para relacionarse del ser humano a través de una bella historia de amor y desencuentros que es el hilo conductor más arraigado de la película.
Her es una cinta con tintes de obra maestra, que sigue la estela de lo esbozado por planteamientos como el de Black Mirror o Real Humans, a la cual Jonze aporta su toque personal y rebelde. Una obra que, bajo un envoltorio de aparente sencillez, profundiza en temas tan complejos como inherentes a nuestra naturaleza y termina por calar hasta el tuétano. Sin duda, Jonze ha firmado uno de los grandes títulos de los últimos años.
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