Crítica publicada en Esencia Cine
Al entrar en el universo que despliega Tarsem Singh en Eternal se alude, automática e indirectamente, a dos películas que poco tienen que ver con el nuevo film del director indio, pero que a la vez tienen mucho en común. Se trata de Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Michael Gondry, Estados Unidos, 2004), incomprensiblemente traducida aquí como ¡Olvídate de mí!, e In Time (Andrew Niccol, Estados Unidos, 2011). Con la primera emparenta a través de la existencia de una empresa que puede actuar sobre la mente: en aquella para borrar la memoria, aquí para traspasar la conciencia de un cuerpo viejo a uno joven y permitir así la inmortalidad de la mente. Con la segunda, lo hace precisamente en eso, en la conversión del tiempo en moneda de cambio: Niccol lo hace de forma literal, Singh a través de este negocio secreto.
Cuando a un multimillonario enfermo terminal de cáncer (Ben Kingsley) le ofrecen la técnica denominada como “muda” no sabe el oscuro mecanismo que late detrás del descubrimiento médico-tecnológico. Sin embargo, decide efectuar el cambio y, así, su conciencia “resucita” –en realidad nunca murió– bajo la apariencia de Ryan Reynolds. En ese momento, la película efectúa el primer giro, a partir del cual también muta su gradación genérica, que al principio había guardado un espacio para lo cómico, pero que desde entonces será sobria y más propia del thriller. Todo se torcerá cuando Damian descubra que su nuevo cuerpo en realidad pertenece a un hombre que lo vendió para curar a su hija de una enfermedad y no a un hombre fallecido, como le habían asegurado.
En cambio, lo que a priori parecía una propuesta interesante que permitía indagar, como así lo hace, en lo más profundo del sentido de la identidad, en la condición del ser humano y en el aspecto ético de la ciencia se convierte en un thriller vertiginoso con una fallida vocación de acción. Ni los giros narrativos, excesivamente telegrafiados en determinados momentos, ni la acción desmesurada que busca Tarsem Singh de manera incesante en su segunda mitad consiguen equilibrar la propuesta. Self/Less es una película que adquiere mucha más entidad en la meditación de su contenido que en su aspecto formal, perfectamente olvidable nada más salir de la sala. Por si fuera poco, un cuestionable uso de la figura de la niña para lograr la emoción fácil (en este sentido se aproxima de forma lateral al Crash de Paul Haggis) se suma a la lista de oscuridades del film. Eternal deja de brillar muy pronto; concretamente cuando Ben Kingsley desaparece de la escena y deja paso a un Ryan Reynolds que pisa terreno alisado para la clásica conversión en héroe musculado y de buenas intenciones. Momento que coincide, no por casualidad, con el abandono de la reflexión sobre cuestiones científico-morales, que podrían haber resultado en un film relevante, para abrazar sin ningún pudor la acción desmedida, los tiros y el acero más vigoroso, vacío y, paradójicamente, débil.
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