Crítica publicada en Esencia Cine
Todo suena a despedida a medida que Noche en el museo 3: El secreto del faraón se acerca a su final. Incluso las palabras con las que el personaje de Robin Williams dice adiós al guardia del museo, Larry (Ben Stiller), cobran un cierto aire de “hasta siempre” en boca del actor. Parece que la saga ha llegado a su fin con esta tercera entrega, en la que Shawn Levy vuelve a disponer de los míticos personajes, a caballo entre Nueva York y el British Museum de Londres.
¿El motivo del viaje? El descubrimiento de una tabla de la época egipcia que alberga los poderes y la magia necesarios para que todo cobre vida. El deterioro hará que Daley acuda a Londres, donde reside el faraón egipcio de la época, en busca de su ayuda, para restablecer la magia. No es casualidad este viaje a Londres (London calling de los Clash incluido), sino que sirve al director para deslizar una sutil pero mordaz ironía sobre el reparto de los tesoros en los museos de las varias naciones que descubrieron las tumbas.
Noche en el museo 3 está repleta de citas cinéfilas, con las que el espectador disfrutará. Desde películas familiares (al igual que la propia saga) como Jumanji (con la estampida en el British Museum) hasta el homenaje a 2001: a space odissey en forma de parafraseo musical. Más evidente es el chiste a propósito de Lobezno que hace el propio Hugh Jackman, con un cameo que se convierte en lo más hilarante y divertido de la cinta, con permiso de las miniaturas de Owen Wilson y Steve Coogan (si hicieran un spin off con sus dos personajes, sería para no perdérselo). Por el contrario, Ricky Gervais, sobreactuado y con poca chispa, se convierte en lo menos rescatable del film.
Las bromas históricas (genial Lancelot tratando de comprender qué son los Estados Unidos) se solapan con las aventuras propias de la saga en un sencillo intento de contraponer y perpetuar de alguna forma la magia frente a la rutina que gobierna la sociedad actual. Noche en el museo 3 es una película que huele y sabe a cine familiar, para todos los públicos, y que disfrutarán tanto niños como adultos con ganas de no pensar y entregarse por un rato a la aventura.
La cinta de Levy supone la aparente clausura de una saga que pese a no convertirse en la cumbre del género, ni siquiera acercarse a ello, sí guarda cierto cine rescatable en su esencia. El secreto del faraón despide, además, al museo con un epílogo que deja buen sabor de boca y que nos devuelve por unos minutos a los personajes clásicos de la saga.
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