12 diciembre 2014

'Hombres, mujeres y niños', solitarios ultrainterconectados

Crítica publicada en NoSóloGeeks

En el año 1977 se lanzaron al espacio las sondas Voyager, a las que acompañaba el disco de gramófono denominado The Sounds of Earth, que recogía canciones (Bach, Beethoven, Stravinsky, Mozart e, incluso, Chuck Berry), cantos tradicionales de las distintas comunidades del planeta, multitud de sonidos (un beso, un tren, latidos de un corazón, el mar, etc.) y saludos hasta en cincuenta y cinco idiomas. La idea era crear una cápsula del tiempo y que, si en algún momento, alguna civilización extraterrestre encontraba la sonda, se pudiesen hacer una breve idea de cómo éramos los habitantes de la Tierra a través de esos sonidos. A día de hoy, el Voyager aún sigue en el espacio, buscando un destinatario casual. 

La historia del Voyager le sirve a Jason Reitman para dar comienzo a su última película, Hombres, mujeres y niños, que curiosamente reflexiona en multitud de escenas sobre la incapacidad de comunicarse del ser humano. Así es el hombre, ese animal que lanza una sonda buscando la comunicación con otras civilizaciones alienígenas cuando ni siquiera sabe comunicarse entre sí. Las imágenes de la sonda suspendida en el espacio, mientras suena algo de jazz –evidente la cita al Kubrick de 2001: una odisea del espacio–, vertebran ese mensaje a lo largo del film. 

Reitman muestra con acierto visual y descriptivo un mundo interconectado que no es otro que el mundo actual. Las sobreimpresiones de pantallas (chats móviles, redes sociales, tweets y todo tipo de mensajes online) se suceden a lo largo de la película y se convierten, como ya hemos visto en otras películas recientes, en una útil herramienta narrativa. En la película, como en la vida, las redes sociales y, en definitiva, el mundo virtual se convierte en un perfecto sustitutivo del mundo real; un rellenador de huecos vacíos.


Porque los personajes a los que se adhiere el cineasta, a través de tres familias desestructuradas, viven al borde de la fractura emocional. Desde el matrimonio que se resquebraja por la rutina hasta la joven que vive con la cabeza cargada de pájaros sobre la fama, pasando por una muchacha obsesionada por perder peso, un chico que acaba de dejar el fútbol por una crisis existencial o la chica con la que empieza a salir, que vive sujeta al férreo control de una madre obsesionada con el mal de internet. Todos los personajes que dibuja Reitman acumulan cargas personales y emocionales que les dificultan el día a día y las relaciones que derivan de este. La incomunicación se erige como la gran protagonista del film.

Tras la marea del zombi tecnológico, que por momentos provoca cierta risa derivada del patetismo que trasluce la situación –por ejemplo el paseo por el centro comercial con todas las cabezas retrotraídas hacia sus correspondientes pantallas–, se esconde una conjunto de personas que no son nada más que solitarios incapaces de comunicarse ni siquiera con su entorno más cercano. Ni siquiera para disculparse, como muestra la escena en la que Adam Sandler y Rosemarie DeWitt (bastante bien ambos a lo largo de la cinta) tratan de aclarar los puntos negros de su matrimonio y acaban por obviar el tema para no tener que enfrentarse a esa charla. Es sólo un ejemplo; Jason Reitman carga las tintas de la película con multitud de casos similares sustentados por el buen hacer del elenco escogido por el cineasta, en el que destacan además Dean Norris, Jennifer Garner, Judy Greer o Kaitlyn Dever. No obstante, pese al leve aire crítico que esconde la obra, el director hace gala de una sencillez y una ligereza tan armónica como agradable al paladar para narrar la historia. 

Hombres, mujeres y niños supone por tanto una fábula de nuestro tiempo, llena de lecturas y aristas; un acercamiento a la sociedad en la que nos convertimos poco a poco, con momentos emotivos que radican, sobre todo, en la creación de nuevas relaciones entre los personajes. Protagonistas que, a su vez, están cargados de secretos y arrugas, incluso para aquellos que se supone los conocen, pero en realidad no saben apenas nada de ellos. La incomunicación flota en el ambiente desde el principio hasta el final, de la misma forma que lo hace la sonda Voyager en las imágenes que vertebran el film; de igual modo en que la Tierra flota, sola e incomunicada, en mitad del universo, como un pequeño punto azul lleno de historias inconexas, mientras la sonda trata de encontrar alguien a quién contarle quiénes habitan en ella.

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