Crítica publicada en Esencia Cine
“El desierto crece, ¡ay de aquel que en su interior alberga desierto!” Las palabras de Nietzsche en Así habló Zaratustra soportan innumerables lecturas. De la misma forma que el nuevo trabajo de Lisandro Alonso, Jauja, en el que también existen referencias al desierto: “El desierto se come todo”, “Las familias desaparecen, se las traga el desierto”. Siguiendo la estela de La libertad (2001) y Los muertos (2004), en su nueva obra se intuye una profunda relación con la naturaleza. Sin embargo, poco tiene que ver todo lo que había llevado la firma de Alonso con Jauja, un salto incontestable en su filmografía.
Rodado en formato académico (1:1,37) y enmarcado en un cuadrado con las esquinas redondeadas –que recuerda a las diapositivas fotográficas de tiempos ancestrales–, el filme de Alonso vuelve a contar, como ya hizo en la citada Los muertos y en Liverpool (2008), la búsqueda de una hija por parte del padre, un capitán de ingenieros danés, interpretado por un Viggo Mortensen que se vacía en favor de su personaje. Sin embargo, conviene no quedarse en la superficie de la película y ahondar en lo profundo de sus mensajes. Se puede tener la tentación de calificar Jauja como indescifrable, pero seguramente se ajuste mejor a su espíritu la palabra multidescifrable. Cobijados en una aureola mágica, onírica y llena de leyendas: la propia tierra de Jauja o el coronel Zuluaga, que nunca aparecen; las imágenes no dejan de sugerir y evocar ideas a un espectador exigido. Gracias al trabajo fotográfico de Timo Salminen, que baña la imagen de color y lirismo, son inevitables las resonancias con el tono fordiano o ciertos trabajos de David Lynch. El diálogo del film consigo mismo es constante, ya sea entre sus tiempos o entre el mundo de los sueños y la supuesta realidad (hablar de realidad con certeza sería algo aventurado). Constantemente se establece un enigmático juego de espejos entre el futuro, el presente y el pasado. El lugar que corresponde a cada tiempo, probablemente dependa de las diferentes interpretaciones del espectador.
Los cambios de atmósfera, los planos en los que vemos a los personajes dormir y los ecos entre historias, sugieren los sueños como explicación de todo. En el epílogo vemos un salto al presente en el que la hija despierta y al salir a la calle interactúa con varios elementos que nos remontan a la historia central del film (las columnas, el soldadito, el perro). ¿Ha sido todo un sueño? Y si es así, ¿quién y cuándo ha comenzado a soñar? Podría ser Dinesen cuando se duerme mientras el cielo experimenta un progresivo apagón de estrellas al ritmo de una música alegórica. A partir de entonces, más ambigüedad aun: la conversación con la vieja de la gruta, que incluso se sugiere como la propia hija; el cambio en clima y atmósfera, su reflejo y la voz en off que le inquiere: “¿Qué es lo que hace funcionar la vida y la impulsa hacia adelante?”
Tal vez Jauja nos esté hablando de que son los sueños los que equilibran nuestros desiertos internos.
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