Crítica publicada en Esencia Cine
Como si quisiese evidenciar de primeras la falta de comunicación que sufre la sociedad más intercomunicada de la historia, Jason Reitman dedica los primeros minutos de Hombres, mujeres y niños a contar la historia de la Voyager. La sonda espacial fue lanzada en 1977 con un disco de gramófono al que se denominó The sounds of Earth y que contenía, además de piezas musicales de gran valía (Bach, Beethoven, Mozart, etc.), saludos en cincuenta y cinco idiomas distintos y una amplia colección de sonidos de la tierra como un beso, el mar o el llanto de un niño al nacer. La idea de la NASA no era otra que crear una cápsula del tiempo que pudiese resumir qué somos los humanos en caso de que alguna civilización extraterrestre perdida alcanzase la sonda alguna vez.
Tal vez nunca haya habido una tecnología tan avanzada al servicio de algo tan primitivo: la sonda espacial al servicio de la comunicación de una raza que apenas sabe comunicarse consigo misma. El acierto de Reitman radica precisamente ahí: Hombres, mujeres y niños no es otra cosa que una parábola sobre la incomunicación que gobierna la era de la hipercomunicación.
En una de esas películas que entrelazan historias, se viene a la memoria el Iñárritu de Amores perros, Reitman se apoya en su amplio abanico de personajes para fabular sobre las relaciones que mantienen entre ellos y, sobre todo, los conflictos que se generan y derivan de ellas. Para ello otorga, como no podía ser de otra manera, un papel importantísimo de desarrollo a las redes sociales. La pantalla del cineasta se sobreimpresiona en diversas ocasiones con las conversaciones, muros de Facebook, cuentas de Twitter, etc., que consultan sus personajes mientras caminan.
El universo de Hombres, mujeres y niños está habitado por seres que desperdician y banalizan la ingente cantidad de herramientas de las que disponen para acercarse a su entorno. Se trata de un mundo fundamentalmente lleno de solitarios en compañía. La secuencia en la que una hija camina con su madre mientras las dos miran embelesadas la pantalla del móvil, mientras a su alrededor todo aquel con el que se cruzan hace lo propio, es ilustrativa al respecto de este cierto patetismo que gobierna nuestras rutinas a través de las pantallitas.
Sin embargo, el cineasta dota a su film de un componente dramático que entrelaza de forma muy liviana con ciertos toques cómicos. Las cargas de los personajes, todos tienen alguna “tara” a su espalda (en un tratamiento de los problemas muy similar al que ya hizo la serie Cómo conocí a vuestra madre), y tratan de seguir adelante portando todo su peso. Desde el padre al que la mujer abandonó por otro hombre, a la niña anoréxica que quiere gustar a un chico mayor que ella o la adolescente que vive sometida al férreo control paternal de toda su vida online. Reitman filma a sus personajes desde una perspectiva que denota cierto cariño en el tratamiento, alejado pero no tanto como para no imprimirles una palpable calidez.
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