28 noviembre 2014

'Adiós al lenguaje', epílogo fundamentalmente "godardiano"

Crítica publicada en Esencia Cine


Tal vez la estridencia sonora, en forma de golpes, música machacona, disonancias y repeticiones, podría ser la columna vertebral de Adiós al lenguaje, más allá de la relación que se intuye sobre la superficie entre los dos protagonistas. Sin embargo, ese pilar básico también podría ser, otra vez más, la experimentación característica de Jean-Luc Godard, sin duda uno de sus sellos más personales a lo largo de su amplia carrera. 

Los saltos de eje, la aparente ausencia de un guión elaborado, la interposición de la historia principal con los planos del perro que vaga por el campo, así como la multitud de referencias a todo tipo de artes –muchas, incluso, a su propia obra–, rememoran todo el cine anterior del director francés, que a sus 84 años firma este Adieu au langage.


Escribía Luis Martínez en el diario El Mundo, a propósito de la proyección y el Premio del Jurado que recibió Godard en Cannes, que Adiós al lenguaje “es un manual de instrucciones para entenderlo [al autor]”. Lo cierto es que a lo largo de su metraje se intuyen varias de las ideas y de los tics del cineasta, tanto en su pasado más lejano como en el más próximo en el tiempo. Se pueden atisbar similitudes entre esta y muchas de sus películas (Al final de la escapada, los saltos de eje; Pierrot el loco, el montaje caótico y las maraña de referencias; Alphaville, las disonancias sonora; entre otras).

Adiós al lenguaje se puede interpretar, por tanto, como una especie de despedida cinematográfica del auteur. Un testamento que aglutina todo el universo del cineasta en poco más de una hora y que vuelve a tener en el montaje su herramienta más preciada. Ese ha sido siempre el centro creativo de Godard: el montaje. El director siempre optó por significar las imágenes mediante el enfrentamiento de unas con otras. En esta última película no se echa atrás y el montaje vuelve a convertirse en su mayor arma para la libertad creativa, permitiéndole la inclusión de varias citas de autores, de varias intersecciones y la creación del puzzle de imágenes al que nos acostumbra.

Por último, la experimentación más libre, otro de los sellos distintivos de Jean-Luc Godard, se hace patente en multitud de imágenes, cambios de patrón de color, inversión del espectro. En definitiva, todos los elementos cinematográficos que dispone Godard proponen un atractivo recreo visual que toma su máxima forma en un conjunto de planos y juegos de cámara a doble exposición muy interesantes. Por no hablar de las tres dimensiones en las que se rodó el film, que invitan a pensar –por desgracia en España sólo se verá en 2D– que en esa inclusión tecnológica radicaba el más grande de los experimentos fílmicos de un director que rejuvenece y se muestra más “crío” con cada año que cumple, más travieso con cada película que filma.

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