04 diciembre 2015

'Techo y comida', la obviedad maniquea

Crítica publicada en Esencia Cine


Que Techo y comida se estrene en pleno diciembre electoral podría ser visto como una maniobra destinada a influir en el pensamiento del votante. O, quizás, a reforzar la opinión del que va a verla para, precisamente, eso. Uno sale de la sala con la sensación de que la película podría ser retirada perfectamente en el día de reflexión. Es evidente que el cine es político, no hay posibilidad de rebatir eso, sin embargo, en este caso, lo es más. Y de una forma más maniquea y obvia.

Así lo señalan los subrayados constantes a los que el director somete a su película. Por encima de todos se levanta el rótulo final con un extenso mensaje sobre los desahucios en España que concluye con el ya clásico “¿Y a ti quién te rescata?” que se pudo leer en el movimiento 15M en la Puerta del Sol y que ha quedado como uno de los lemas de los que luchan contra la crisis. Sin embargo, en la película no era necesario ese remarcado final. El espectador seguramente ya salga con esa sensación en el cuerpo sin necesidad de que se le dirija el pensamiento. No es el único subrayado que lleva a cabo Juan Miguel del Castillo. Y quizás no sea el que más maniqueísmo adolezca. Durante toda la odisea de Rocío y su hijo, el director sitúa la acción en mitad de la celebración de la Eurocopa de 2012 (que ganó la Selección Española de fútbol). El movimiento está muy claro durante todo el metraje: culpabilizar a aquellos que disfrutan del fútbol mientras está desarrollándose esta terrible historia. Así lo demuestra un plano que podría resumir la totalidad de las intenciones y del espíritu del film: madre e hijo lloran en primera instancia mientras, en segundo plano, a lo lejos, un grupo de clientes de un bar celebran la victoria del combinado español. Una estratificación tan obvia, demagógica e innecesaria que incluso duele verla por el maniqueísmo de su argumentación, tan paupérrima como la situación económica de la protagonista.


Hay que reconocer el valor de Techo y comida a la hora de acercarse a un tema de actualidad espinoso. El trasfondo social y político es de agradecer, pero en ningún caso las formas. No por ser un tema delicado y controvertido, ni por tener el beneplácito de contar uno de los dramas de la crisis actual, es exculpable todo lo demás. No obstante, la película tiene algunos puntos fuertes, sobre los que termina por sustentarse todo para evitar un desplome mucho mayor. Se trata, principalmente, del dúo de actores principales, madre e hijo, interpretados por Natalia de Molina y Jaime López, que sobresalen como la gran columna vertebral del film y demuestran que, en ambos casos, se confirma una solución de continuidad para la interpretación en este país. Más allá, un detalle de puesta en escena que reluce entre la polvareda: la decisión de recoger el rostro de Natalia de Molina, sin ningún corte ni contraplano, en el momento en el que el abogado le comunica su delicada situación. Un oasis en el desierto. Una balsa de aire entre tanta gris neblina.

Techo y comida es una película que elimina de la ecuación al espectador. Una “película mensaje” en la que no hay cabida para el pensamiento propio, si este va más allá de las líneas propuestas y marcadas por la obra. Todo suena a dirigido, hay ecos de imposición (e impostura) en cada encuadre. Y esa es una carga demasiado grande para un tipo de cine que se quiere instaurar en la corriente de lo social. Porque la sociedad es, en definitiva, un conjunto de individuos que piensan y actúan por sí mismos; no conviene olvidarlo en ningún momento.

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