Crítica publicada en NoSóloGeeks
Adaptar los textos clásicos a la gran pantalla supone un desafío a veces directamente insalvable. Un salto al vacío que solo puede cristalizar en éxito si lo que hace el cineasta con la imagen significa que existe un paso adelante en la ya consolidada esencia del texto. ¿Qué aportaría una adaptación literal de un texto hegemónico si no viniese acompañada de un vuelco, un giro manierista de la imagen, algo que, de repente, aporte una nueva visión sobre esa historia ya contada miles de veces e interiorizada por el espectador en su imaginario colectivo?
En su adaptación de Macbeth, Justin Kurzel parece tener muy presente todo esto para no caer en la monotonía que podría haber significado volver otra vez al gran clásico de Shakespeare. Su acercamiento se convierte en un ejercicio de estilo depurado desde el primer plano hasta el último. El juego realizado con la imagen por el director se sitúa eminentemente por encima del texto, que es adaptado de forma literal, componente por componente, giro por giro, incluso retrayendo fragmentos implorados por los personajes tal cual lo hacían en la obra de teatro. La imagen de Kurzel es poderosa y, además, no esconde su vocación de que sea ella la que “pervierta” de algún modo el texto. La estilización de la misma llega desde los primeros planos a través de un uso muy marcado de los efectos de ralentí, una fotografía contrastada y un uso de los colores –el proceso de etalonaje del film se antoja como un auténtico juguete– que ya en las primeras secuencias deslumbra y sumerge al espectador en la preponderadísima visión personal del clásico shakesperiano que realiza el director de Snowtown (2011).
Llama poderosamente la atención, en cambio, la decisión de Kurzel de, entre todo ese aparataje de imágenes poderosas con las que adapta la historia, abandonar y no mostrar la escena más potente del libro de William Shakespeare. Evidentemente, se trata del avance de los árboles del bosque de Birnam hacia el castillo de Macbeth. Se puede interpretar de dos formas la decisión: o como un acto de soberbia (el director prefiere dejar sus imágenes como las más potentes y no incluir la que deslumbraría al lector para no empañar su trabajo) o, en la otra dirección, como un acto de respeto absoluto al dramaturgo (abandonando la posibilidad de trasladar y “hacer suya” la imagen más poderosa que creó Shakespeare en su narración y que la imagen real quedase por encima de la figuración que hacía el autor). Es cierto que el director juega con la idea de ese momento, pero a la hora de la verdad soluciona el giro que suponía en el Macbeth shakesperiano la idea de ver a los soldados disfrazados con ramas acercándose al castillo con un simple incendio del bosque. Si es por egolatría o por respeto al autor, cada espectador podrá decidirlo por sí mismo tras ver el film.
La adaptación que realiza Justin Kurzel sobre la historia escrita por William Shakespeare en el siglo XVII tiene exactamente las mismas líneas vertebrales que aquella: la ambición desmedida, la traición, los remordimientos (traídos aquí mediante unas impactantes alucinaciones) y el retrato de las mujeres en la sombra (fantásticamente representadas por las tres brujas y por Lady Macbeth). En este último caso, es imprescindible mencionar la interpretación de Marion Cotillard como la gran mujer velada, en la sombra, con un plano que podría tener su reflejo en la tradición de esculturas de mujeres con velo compuestas por artistas italianos de la talla de Camilo Torregiani, Antonio Corradini, Giovanni Strazza o Raffaello Monti entre los siglos XVII y XIX.
Macbeth se compone como una estilización del original, una obra con espíritu independiente y raíces más que evidentes en la memoria de Shakespeare. Kurzel sigue la estela de grandes nombres como Orson Welles (1948) o Roman Polanski (1971) para filmar su propia visión de una de las grandes tragedias de todos los tiempos. Si lo consigue o no, acompañado de la gran pareja de actores que forman un Michael Fassbender absolutamente entregado y una gran Cotillard en la oscuridad (la pareja repetirá de nuevo con el cineasta en Assassin’s Creed [2016]), dependerá de con qué ojos se acerque el público y de su purismo o ganas de ver algo nuevo sobre un texto ya muy adaptado, leído y revisitado.
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