Crítica publicada en Esencia Cine
Desde la irrupción del 3D en el cine ha surgido una corriente que se podría denominar como “cine de la experiencia”. Una tendencia a dejar todo en manos de lo sensorial (procedente del impacto de la técnica en su mayor parte), en el poder de la imagen 3D, se ha apoderado de este tipo de cine, que lo delega todo en la magnitud de la experiencia, concediendo un escaso lugar para el guión y la composición de la historia. Es el caso de películas como la aclamada Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), Avatar (James Cameron, 2009), San Andrés (Brad Peyton, 2015) e incluso la familiar El extraordinario viaje de T. S. Spivet (Jean Pierre-Jeunet, 2013). Con sus evidentes diferencias de calidad, y sus altibajos, todas estas películas marcan una tendencia: la espectacularización del cine, su conversión en una experiencia y, en última instancia, su ponderación hacia el apartado visual en detrimento de la consistencia de la historia. La nueva película de Robert Zemeckis, El desafío, podría ser la evolución lógica en esta corriente cinematográfica.
No hay duda del poder visual de las imágenes en 3D de los paseos sobre el cable de Philippe Petit (llevado a la pantalla por un aceptable Joseph Gordon-Levitt) en sus numerosas apariciones (Notre Damme, Sidney, World Trade Center). Existe una innegable belleza en el vértigo que transmiten los planos aéreos y la inmensa profundidad que les aporta la técnica 3D-IMAX (una pena que no vaya a estrenarse así) a los mismos. El apartado visual de The Walk es, por momentos, totalmente apabullante. Sin embargo, el tratamiento del 3D y la preponderancia de la imagen vienen a ocultar los vacíos de un guión excesivamente convencional que, por momentos, se limita exclusivamente a ficcionar las declaraciones reales y las reconstrucciones de la preparación del evento que ya aparecían en el magnífico documental sobre el alambrista Man on Wire (James Marsh, 2008).
Robert Zemeckis se limita a trasladar a la ficción la historia real de Petit y su equipo de secuaces, que prepararon con mimo y todo lujo de detalles el hito de equilibrismo más relevante de todos los tiempos. El 7 de agosto, Philippe Petit cruzó ocho veces las Torres Gemelas sobre un alambre, durante más de 45 minutos, sin ningún tipo de protección. El valor de la hazaña es incuestionable, pero la realidad cinematográfica dicta que una buena historia no siempre cristaliza en un buen film. En El desafío, que parte del mismo material que aquel Man on Wire, el propio libro de memorias del acróbata en el que narraba toda su hazaña, Robert Zemeckis y Christopher Browne estructuran la historia de Petit mediante una suerte de parlamentos a través de los que el propio Gordon-Levitt va narrando la historia, revestida además con una suerte de licencias emotivas que no le hacían ninguna falta. En el documental de James Marsh también se contaba la historia mediante estas declaraciones de los personajes, pero, en este caso, la realidad supera a la ficción con creces. No es lo mismo escuchar hablar de su hazaña al propio Petit o a su novia de entonces, Annie, relatando sus inseguridades y miedos, a que sea el actor Joseph Gordon-Levitt en el papel del “hombre sobre el cable” quien nos narre este proceso.
A la escritura de El desafío le falta empaque y le sobran algunas secuencias. El alargamiento del metraje no beneficia al desarrollo y puede provocar que cuando se llegue a la secuencia del clímax (el paseo entre las dos torres), rodada con maestría y de forma muy tensa y rítmica, el espectador ya haya podido desconectar del resto. Da la sensación, en cambio, durante todo el film, de que el documental era suficiente para conocer el hito irrepetible de Petit, que no requería de esta epopeya visual en 3D. Sobre todo cuando uno se da cuenta de que lo que ha hecho Zemeckis en muchas ocasiones no es otra cosa que versionar y poner en ficción lo que ya estaba en aquella a modo de reconstrucción o directamente en imagen real. Es en ese momento cuando uno cae en la cuenta de que pueden dar más vértigo las fotografías reales o las imágenes de archivo que introducía Marsh en su documental, precisamente por ese componente de realidad que albergan, y que el artefacto 3D, muy a pesar de su deslumbramiento inicial, nunca podrá llegar a tener. La realidad supera a la ficción.
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