18 diciembre 2015

'Sufragistas', un mensaje ahogado

Crítica publicada en Esencia Cine


El pasado domingo fue un día histórico en Arabia Saudí. Por primera vez en la historia, las mujeres podían acceder al sufragio en las mismas condiciones que los hombres (?). De si la decisión del gobierno saudita es real o pura cosmética podríamos debatir durante horas y horas, pero el sufragio femenino en el país asiático enlaza a la perfección con la temática central de Sufragistas, y lo hace de forma directa, puesto que en los créditos del film, Sarah Gavron opta por subrayar la fecha en la que cada país reconoció el derecho al voto femenino. El último país que aparece en la lista, todavía sin fecha todavía durante el periodo de realización de la obra, era, precisamente, Arabia Saudí.

La directora imprime sobre el rostro de Carey Mulligan, a la que acompañan Helena Bonham-Carter y, en la mejor interpretación del film, Anne-Marie Duff (lo de que Meryl Streep aparezca en los carteles parece un mal chiste), el mapa de conquistas de un grupo de mujeres que, con la lucha por bandera, sacrificaron sus cómodas vidas en favor del reconocimiento del derecho al voto de sus iguales. El guión de Abi Morgan, notable escritora de Shame (Steve McQueen, Reino Unido, 2011) y La dama de hierro (Phyllida Lloyd, Reino Unido, 2011), pone su mirada, y con ello la del espectador, en los triunfos –políticos– y fracasos –familiares y personales– de este grupo de enérgicas mujeres.


Sin embargo, lo que sobre el papel podría parecer una gran historia, puede quedar empañado, y es el caso, por el trabajo en la dirección. El continuo uso de primerísimos primeros planos al rostro de las protagonistas se puede entender como un intento de dejar claro sobre quién gira la historia. Pero, una vez público, es suficiente para subrayar, remarcar y engrandecer a las protagonistas, para situarlas en el centro de todas las miradas. El abuso del recurso termina por invalidar su efecto, incluso por revertirlo. Algo similar ocurre con el intento de mostrar la agitación y la convulsión de un momento histórico a través de una inquieta cámara en mano. La intranquilidad de la mirada puede ser un recurso interesante para un momento preciso, pero la sobreexplotación del mismo conduce a una debilidad flagrante del dispositivo. No es necesario. La aproximación en la escritura de Abi Morgan no exigía una puesta en escena tan estremecida. Como tampoco era necesario granular y ensuciar los planos generales para que pareciesen documentales o, en una decisión mucho más cuestionable, recurrir a lo axiomático de las secuencias en las que el niño es protagonista, como esa en la que Carey Mulligan baila bajo la lluvia mientras su hijo, al que no puede ver, la mira desde la ventana (!) en una remembranza fatal de La vida es bella (Roberto Benigni, Italia, 1997). La historia de Sufragistas ya encogía por sí sola al espectador; no le hacían falta todos los aditivos utilizados por Gavron.

De esta forma, el vibrante estilo de la realizadora termina por no corresponder a la palpitante historia de este grupo de mujeres valientes, luchadoras y libertarias. Una guerra que, incluso, acompañando a la mirada más allá de la frontera de la obra, se podría argumentar que, en el acercamiento de Gavron, va incluso más lejos: la lucha de clases que, desde el siglo pasado, viene vertebrando cada paso de la Historia. Sufragistas, por tanto, termina por ser un acercamiento valioso a un tema poco explorado, todavía de actualidad hoy en día con casos tan tristes como el de Arabia Saudí. El problema, y quizás por eso dé más rabia, es que el valor de todo mensaje (que lo hay y mucho) queda ahogado en un dispositivo de rostros, neobarroquismo fílmico y vaivenes de una cámara que, más que mostrar por sí sola, impide que sea el espectador quien extraiga y conforme la historia.

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