11 diciembre 2015

'La novia', poderosas briznas de hierba

Crítica publicada en Esencia Cine


“Y te sigo por el aire como una brizna de hierba.” Esta frase, que pronuncia la novia interpretada por Inma Cuesta, podría venir a simbolizar el espíritu de la adaptación que realiza Paula Ortiz de las Bodas de sangre de Federico García Lorca, sin duda la gran tragedia romántica del teatro español. En primer lugar porque la frase, extraída sin modificar del original lorquiano, muestra la maniobra de la directora con respecto al texto: reproducirlo de forma fiel en la medida de lo posible, sin abandonar nunca el espacio que le ofrecen las imágenes para la adaptación libre de la obra. Por otra parte, porque el verso –uno de los más poéticos del drama– representa con fidelidad su contenido. La novia se clava en los ojos, como esos puñales que atribuía Lorca a los caballos. Cada plano de la película de Paula Ortiz persigue al espectador por el aire, durante días, como una hoguera que no termina de quemar sus propias ascuas.

Adaptar a Federico García Lorca al cine podía resultar, y seguramente así haya sido, una responsabilidad elevadísima. Sin embargo, tras ver De tu ventana a la mía (2011), da la sensación de que si había una voz capaz de mantenerse fiel a la dramaturgia del escritor sin perder sus sellos de estilo –muy marcados ya en su primera obra– era la de Paula Ortiz. La cineasta, que firma con este su segundo largometraje, incorpora algunas de las firmas personales de aquella (la reproducción del primer plano del film, el uso de la música, la representación de la tierra yerma como estado de ánimo o la delicadeza a la hora de mostrar las relaciones entre personajes, entre otros recursos) para dar un paso adelante en su concepción estilística del cine y representar la tragedia desde un punto de vista extremadamente preciosista, desde el que consigue atrapar y encapsular la belleza que Lorca imprimió a su historia dentro de las imágenes.

Paula Ortiz aboga por una adaptación fiel al texto, del que incluso incorpora parlamentos íntegros recitados por los personajes como si acabasen de salir de las páginas del libreto, desde la perversión de la imagen, en el mejor sentido que podamos atribuirle a la palabra. La novia es un apabullante ejercicio de estilo. Los encuadres de la directora resultan preciosistas, su estilo depurado y el conjunto de la obra, delicado y sensual. No hay contención a la hora de experimentar con la historia a través del dispositivo visual. Desde las descontextualizaciones de la voz en off hasta el uso del ralentí, que “edulcora” algunos de los momentos más épicos del texto original, dando lugar a poderosas secuencias, todo en el segundo largometraje de la autora se reviste de una belleza que nunca pierde la esencia de la poética lorquiana, pero que, sin embargo, desnuda un imponente y penetrante marco de autoría.


Abrazada por un gran elenco, en el que el trío principal (bravísima Inma Cuesta en su mejor interpretación hasta la fecha, acompañada de Asier Etxeandía y Álex García) destaca sobre un encomiable grupo de secundarios (Luisa Gavasa, Carlos Álvarez Novoa, Leticia Dolera o María Alfonsa Rosso), la directora establece un evidente lazo de conexión tanto con la obra de Lorca como con la adaptación que filmó Carlos Saura (1981) en la mezcla de música popular con versos del cancionero propio de la obra teatral. Además, comparte con la película del gran cineasta español su focalización sobre el dispositivo visual. Si en aquella Saura optaba por una suerte de vaciado formal, con el fin de mostrar los preparativos y ensayos de las Bodas de sangre que representaba entonces la compañía de Antonio Gades, Paula Ortiz lleva a cabo el movimiento contrario: una constante búsqueda de la belleza y la estilización visual a través del exceso de recursos y elementos. No tendría sentido, hoy en día, llevar a cabo una traslación literal del texto en la que la imagen no tuviese nada que argumentar por sí misma.

Esta búsqueda del preciosismo que lleva a cabo Paula Ortiz resulta en un buen puñado de imágenes que uno podría ver durante horas; un tremendo continuum de sensaciones y evocación. No obstante, a pesar de ceñirse a la historia con bastante fidelidad, Paula Ortiz no abandona nunca sus maneras, ni su estilo poético. Las fragmentaciones del montaje, el bellísimo prólogo-epílogo o las apariciones de la mendiga (que también toma elementos de la Luna que para Lorca fue personaje autónomo) podrían ser la mejor muestra de esa “fidelidad personalizada”.

La novia duele. Duele y punza en lo más hondo de los sentidos. Y quema, volviendo una y otra vez a Lorca; su hermosura quema. Quizás esa sea la única manera de adaptar al dramaturgo, desde lo más profundo de nuestro ser. La belleza corta cada plano de la cineasta como la navaja que planea sobre el relato de principio a fin. Entre tanto, un viento incontrolable nos sigue, renovador, bravo, seductor, como esa brizna de hierba que simboliza el amor prohibido que el destino y Federico García Lorca reservaron para los personajes y que el espectador puede transportar consigo durante mucho tiempo. Como espinas que se incrustan en los ojos, o vidrios que se clavan en la lengua.

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