Crítica publicada en Esencia Cine el 9 de enero de 2014.
La lluvia golpea cada esquina del encuadre. Una puerta se cierra y el patio en el que se sitúa la acción queda totalmente clausurado. El sonido de las gotas sobre el suelo ya mojado sólo es roto por el de los golpes de un hombre, Ip Man, que pelea contra todo un ejército de hombres. La potencia visual de las imágenes en esta primera secuencia no es más que un adelanto de lo que será The Grandmaster, un auténtico prodigio visual.
La cámara de Wong Kar Wai se desliza, danza, sensual, entre los contendientes en una coreografía perfectamente orquestada en la que en cada uno de los combates transluce la labor de Yuen Wo Ping, coreógrafo de escenas de acción en títulos como Matrix o Tigre y dragón. La belleza visual alcanza momentos de absoluta poesía. La cámara lenta y lírica del cineasta chino se alterna con la vertiginosidad de los combates, rítmicos, perfectamente estudiados por unos actores entrenados en las artes marciales para trasladar a la pantalla con veracidad sus personajes.
Ip Man (Tony Leung) será a partir de entonces el conductor, no tanto el personaje principal, de una historia que habla de artes marciales, de disputas entre academias y estilos, pero también de venganzas, amor y lealtades. El guion, cuasi lineal, aunque algo caótico en ocasiones, traza el camino del maestro desde tiempos de la China republicana hasta la etapa comunista de Mao, pasando por las cruentas invasiones japonesas o la guerra civil posterior.
No obstante, pese a ser el aparente personaje principal, Ip Man cede el testigo del protagonismo en diversos momentos a otros personajes, encargados de aportar una visión global del espíritu de las artes marciales en aquella época. Las academias, las diferencias de estilo de lucha e incluso las rencillas políticas conforman un territorio de desconfianza y reyertas que adquiere su punto de auge en la rivalidad entre Gong Er y Ma San.
Gong Er, gran Ziyi Zhang, es el personaje mejor trazado a lo largo del film. Última heredera de la familia Gong, si fuera hombre estaría destinado a tomar el relevo a su padre, gran maestro, pero el viejo Gong Baosen no quiere que se dedique a las artes marciales y sí que se case y sea una doctora. No obstante, su carácter pétreo la lleva más allá de los designios de su padre y se ve envuelta en una confrontación fruto de la venganza con otro de los maestros, Ma San, cuando éste traiciona al viejo Gong. En su camino conocerá a figuras como El Navaja (Chang Chen), maestro de una modalidad más callejera, o al propio Ip Man, con el que vivirá una historia de amor, encuentros y desencuentros que vertebrará buena parte de su vida.
Los paisajes neblinosos o nevados y los oscuros ambientes callejeros pugnan con los interiores cálidos, de tonos rojizos y dorados, de los apartamentos o el burdel gracias a la sugestiva fotografía de Philippe Le Sourd que, junto a una banda sonora evocadora y onírica creada por el habitual Shigeru Umebayashi, es el complemento perfecto a la plasticidad y belleza poética propias de Wong Kar Wai.
The Grandmaster no es una historia sobre Kung Fu sino mucho más. Es una película que narra la palpitación de un periodo de la historia china en la que las artes marciales cobraron una relevancia excepcional. Y lo hace con la maestría propia de un cineasta elegante, fino, romántico, que se detiene en las miradas, los instantes precisos, lo carnoso de unos labios de mujer o la quemadura contenida de la sangre sobre la piel. Un Wong Kar Wai excelso.
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