“Cómo insistía en que melancolía era más frío que nostalgia”, dice una de las voces que recuerdan su vida en Oslo al principio de la película. Junto a ellas, en un delicioso prólogo, imágenes antiguas de la vida en la capital noruega. Y después, silencio. Silencio en el amanecer de un hombre que parece despertar de algo más profundo que un simple sueño. Silencio que acompaña perfectamente el deambular del chico que comienza en ese instante.
Oslo, 31 August cuenta el merodeo errático de un chico que vuelve a la ciudad tras un tratamiento de desintoxicación a las drogas. Un día en la vida de Anders, absoluto protagonista y espíritu de la historia, inspirada en el libro El fuego fatuo de Pierre Drieu de la Rochelle y en la película de Louis Malle de idéntico nombre.
La melancolía recorre la ciudad de la mano de Anders, un protagonista absolutamente roto, que busca la conexión con los pocos amigos que le quedan en una ciudad que respira los últimos días del verano. En sus múltiples reuniones, casi todas malogradas, no consigue reintegrarse en una sociedad que parece haberle ganado la partida con un rotundo jaque mate. Su ruina se revela tanto en las dichas (la entrevista de trabajo) como en las desdichas (el fallido intento de suicidio con el que comienza la narración). Reveladora al respecto resulta la conversación que mantiene Anders en el bar con una desconocida a la que posteriormente se aferra, en un viaje en bici, como si ella fuese la única conexión que mantiene a esas alturas con Oslo. “Sólo soy un perdedor, bebo para aliviar el dolor. La verdad es que yo estoy buscando compasión. Quiero que alguien sienta lástima por mí”. Es su reconocimiento de una derrota sin paliativos, su capitulación.
El silencio cobra un protagonismo primordial a lo largo de la película; sin embargo, en las ocasiones en las que es roto, el uso de la banda sonora y los sonidos propios de la vitalidad de Oslo es sobresaliente. En el retrato de Anders, la cámara de Joachim Trier se acerca temblorosa, vibrante, al primer plano, como si con ello quisiese transmitir la propia fragilidad de un personaje en permanente tentativa de romperse. El trabajo en la fotografía de Jakob Ihre realza aun más la pequeñez y la soledad de Anders, situándolo a menudo en grandes espacios abiertos (parques, carreteras, bosque) que acentúan la enormidad que le rodea.
Poco a poco, en el triste deambular de este periodista aspirante a escritor, que recuerda (no dejan de recordarle, más bien) los días felices antes de su adicción, nos acercamos a un final poético, lírico y de gran sensibilidad tanto visual como narrativa. Un final que se intuye en cada calle que gira Anders, en cada conversación que mantiene, incluso en la escena de la piscina, de una tristeza dura y fría, sin perder por ello ni un ápice del mensaje que transmite ni de la narratividad con la que lo hace. Cuando llega la sucesión de imágenes del epílogo, similar a la del prólogo pero envuelta en un silencio sepulcral, se ven vacíos todos los lugares que ha transitado el protagonista en su vagabundeo; es entonces cuando se hace manifiesto que lo que nosotros creíamos la mayor de las derrotas, para Anders sólo era la pírrica victoria que supone una liberación.
Ficha técnica
Dirección: Joachim Trier. Guion: Joachim Trier y Eskil Vogt. Fotografía: Jakob Ihre.
Música: Ola Fløttum. Interpretación:
Anders Danielsen Lie, Hans Olav Brenner, Ingrid Olava, Kjærsti Odden Skjeldal,
Petter Width Kristiansen. País: Noruega. Estreno: 17 de enero de 2014. Distribución: Abordar Casa de
Películas. Duración: 95 minutos. Género: Drama.
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