Se puede narrar una historia mediante (o apoyándonos) en los dibujos. Y el que no lo crea, o tenga alguna duda de ello, sólo tiene que ir a una librería y comprar alguna novela gráfica de Alfonso Zapico. Incluso, ahora que estamos en crisis, pedirla prestada en alguna biblioteca.
Entré a la obra de Zapico a través de su Café Budapest, una delicada historia sobre un pianista judío y su madre, que emigran desde la capital húngara hasta la cuna de las religiones, huyendo de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial para terminar atrapados en el conflicto judío-palestino que desde mitad de siglo parece no tener fin.
Página de Maus. |
Antes de él, mi único contacto con la novela gráfica había sido mediante Persépolis (Marjane Satrapi), y no fue un contacto limpio, ya que antes había llegado a la película. Sin embargo, tras esa tarde en el Café Budapest, motivadas por el creciente y despertado interés, llegaron obras como Pyongyang (Guy Delisle), V de Vendetta, Palestina (Joe Sacco) o la excelsa y brillante Maus de Art Spiegelman.
Mi idea cambió por completo. Antes pensaba que narrar se ceñía a escribir una historia mediante las palabras, no concebía otra manera. Mi desconocimiento era abrumador. Pero desde entonces, todos ellos cambiaron mi concepción. Descubrí una cosa que jamás imaginé: ¡se podía contar una historia con dibujos! Algo que siempre había dejado como en un segundo plano, como ya dije anteriormente, por mero desconocimiento.
Ahora, nuevamente, Alfonso Zapico da otra prueba más de que la novela gráfica es una herramienta de narración como mínimo igual que la novela. Sus dos obras más recientes: Dublinés y La ruta Joyce dan fe de ello. El autor asturiano ofrece en ellas una visión de Joyce muy particular. Una biografía novelada, pero verificada y coherente con la vida del genio irlandés. Una forma de conocer al escritor alejada de las pesadas biografías academicistas y casi más voluminosas que el monstruoso Ulises, obra magna con la que Joyce terminó de ganarse su fama.
Y lo hace con la novela gráfica, con su toque particular, sus dibujos de caras alargadas y sus diálogos alegres y vivos. Lógicamente los diálogos no son, en su mayoría, reproducciones. Es imposible saber lo que dijo Joyce cuando hablaba con Sylvia Beach en París o con Hemingway o Picasso. No obstante, son fieles falsificaciones de ellas, ya que guardan su esencia. No hay que olvidar que una de los métodos más eficaces de contar una verdad es haciéndola pasar por ficción. Y eso es lo que hace Zapico con su Dublinés.
Detalle de la portada de Dublinés. |
Por su parte, en La ruta Joyce lo que hace el autor es una guía de sus viajes a las ciudades en las que vivió Joyce. Dublín, Trieste, París y Zúrich, a las que Zapico tuvo que acudir para empaparse de la vida que llevó James Joyce y documentarse para su historia. Y nuevamente nos vuelve a contar una historia mediante sus viñetas ácidas e irónicas.
Si no se han convencido de la posibilidad de narrar mediante la novela gráfica, vayan a la biblioteca y pregunten por Paco Roca, Art Spiegelman, Tomeu Pinya, Joe Sacco, Guy Delisle o el propio Alfonso Zapico. Ellos ya se encargarán después de redirigirles por el camino hacia otras firmas.
0 comentarios :
Publicar un comentario